Doble M (I)

Y con la misma velocidad con la que un caza surca los cielos, Guillermo y su misteriosa acompañante llegaron a la primera de las imágenes que habían salido de la boca de la señorita de Blanco. Trasladarse hasta el lugar en el que ahora se encontraban había sido como un viaje en ascensor pero mucho más breve en el que, en lugar de subir o bajar pisos, habían retrocedido unos 550 años atrás.

Habían dejado la cárcel atrás y ante sí tenían ahora una taberna cuyo letrero rezaba: La taberna de los desahuciados; el cielo estaba despejado y el sol brillaba con tal fuerza que iluminaba hasta los más oscuros y recónditos huecos de aquella calle, transitada por cientos de personas, comerciantes, artesanos y prostitutas vendiendo su mercancía, obispos, soldados y algún que otro mendigo buscando algo que llevarse a la boca. Guillermo miró a la señorita de Blanco, que le había cogido la mano según habían aterrizado en el suelo empedrado de una calle cualquiera en la Milán del siglo XV. Los recién llegados eran prácticamente invisibles a los ojos de los transeúntes, algo de lo que Guillermo se alegró pues no le hacía ninguna gracia el aspecto de aquellos soldados armados hasta el mismo corazón.

_ ¿Qué hacemos aquí?_ preguntó el chico mientras miraba los templados ojos azules de la señorita de Blanco. Esta no le contestó, sino que se limitó a conducirle hacia la puerta de la taberna que tenían enfrente.

La iluminación de la calle fue sustituida por la penumbra, los comerciantes y artesanos eran ahora borrachos ahogando sus penas en tragos de bebidas espirituosas disfrazadas de cerveza y  el olor a especias y flores desapareció para transformarse en olor a alcohol, sudor y sexo. La señorita de Blanco condujo a Guillermo hacia la barra, donde la camarera se encargaba de servir con una forzada sonrisa a los numerosos clientes que acudían a saciar su sed. La señorita de Blanco y ella se saludaron fundiéndose en un gran abrazo. Por lo visto era la única capaz de verlos puesto que cuando fijó su mirada profunda en Guillermo, una sonrisa picarona se le dibujó en el rostro.

_ Bienvenido a mí querido Guillermo. Bienvenido a mi humilde taberna.

_ ¿Quién es usted?_ ese rostro le resultaba extrañamente familiar.

_ Fui mucho y ahora no soy nada, me robaron la identidad por querer contar la verdad. Pero tú Guillermo, tú vas a conocerla porque sólo así la historia tal y como la conoces podrá cambiar. Sentémonos en aquella mesa de allí, que te lo voy a contar.

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