Silencio (El día que Madrid tembló, Parte III)


Hace tiempo que en mi cabeza rondaba escribir en un día como hoy. Hace tiempo que, a través de mis palabras, quería plasmar, o intentarlo al menos, lo que he sentido todos los 11 de marzo desde aquel jueves de hace 15 años… Esta es una historia que, a medida que he ido creciendo y aprendiendo, ha llamado mi atención y despertado mis miedos y curiosidades.  Ojalá estas palabras nunca hubieran visto la luz.

En una época en donde el tiempo parece derretirse en las agujas de unos relojes que se detuvieron aquella fría mañana de marzo de 2004, los recuerdos son el arma más poderosa para evitar que caiga en el olvido la memoria de las 193 víctimas que exhalaron su último aliento en medio de una nube de polvo, oscuridad y horror.

En una época en donde la ciudad de Madrid ha visto diluida su sonrisa entre conspiraciones, informaciones falsas y una pizca de melancolía, las palabras están actuando a modo de recordatorio en la inmensidad de la eternidad.

En un tiempo en el que la guerra de los poderosos es el dolor de los pueblos, que ven cómo la felicidad, la alegría y la fraternidad han sucumbido al poder del dinero, banderas e himnos falsos y vacíos de sentimiento, la humanidad ha demostrado que en el sótano de su decadencia siempre hay un escalón más.

En un tiempo en el que mantos de odio y codicia han ocultado con su tenebrosidad los últimos rayos de sol que conducían a la mirada de la persona amada, el mal ha arropado bajo sus sábanas las más bellas aptitudes del ser humano.

Mientras la maldad pudre lágrimas derramadas de familias y amistades que ya no pueden besarse y abrazarse más, los gobernantes han decidido hace tiempo que su camino no es el del resto. Mientras sumimos al conjunto del planeta en la más absoluta pobreza y decadencia, nuestras manos han optado por separarse al ver cómo un negro futuro se cierne sobre nosotros.

Mientras el ser humano compite por reservas de petróleo, quema bosques y seca ríos y lagos, la contaminación hace estornudar al viento, que siente que sus resfriados son cada vez más largos. Mientras el ser humano hace la guerra, matando la piel del planeta, cantos apocalípticos penetran en nuestras vidas orquestando la mayor de las extinciones.

La desazón en la que hemos decidido dormir y despertar es el fiel reflejo de lo que el ser humano es capaz de hacer por la religión, el dinero y los recursos naturales. Aquel 11 de marzo de 2004, un conjunto de 193 personas perdieron la vida por culpa de los intereses de unos pocos. Los árboles del Retiro silbaron melodías de recuerdo y memoria. Vuestro silencio es nuestra voz. Quince años después, vuestras almas inmortales siguen entre nosotros, paseando, conversando y riendo.

La decepción corre por mis venas cada vez que se aproxima esta horrorosa fecha. Los ojos que ya no volverán a mirarnos, los labios que ya no volverán a besarnos, los abrazos que no disfrutaremos y las confidencias que no volverán, están guardadas bajo llave en cada uno de los hogares de Madrid. La muerte, esa fiel compañera desde que nacemos, no hallará su destino en la ciudad de Madrid.

La Luna, las estrellas fugaces y el mar cantan por vuestra memoria. No existen fronteras para vuestra dignidad y para la satisfacción que provocáis al recordaros. Vuestras siluetas se tornan más nítidas y visibles en cada 11 de marzo. No os olvidamos ni perdonamos a los culpables.

Seguimos teniendo miedo, pero las ganas de seguir adelante se hacen fuertes cada vez que la desconfianza tira de nosotros hacia atrás. Los compases de vuestras respiraciones guían los pasos de nuestra patria. Vosotros, como cientos de miles de personas abocadas a vivir bajo el terror, no merecíais morir.

En la partida de ajedrez que Dios y el Diablo juegan a costa de manejar nuestras emociones y sentimientos, los peones sacrificados fuisteis vosotros. Os prometemos que nada nos hará olvidaros.
El cielo de Madrid ha llorado lluvia enferma de soledad y nostalgia sobre las vías del tren, tumbas y ataúdes de inocentes. Madrid tembló aquel día  como nunca antes lo había hecho. Madrid sigue vuestros pasos de forma firme y con orgullo de haberos tenido como hermanos.

El terremoto de solidaridad todavía permanece hoy en nuestras retinas. El silencio del mal sigue presente en los andenes y vagones afectados, pero hemos decidido dejar que se quede como homenaje a vosotros. Todavía hoy se puede otear a través de los ventanales a las gentes acudiendo en ayuda de los heridos a primera hora de la mañana. Todavía hoy las sábanas y almohadas relatan el orgullo que sintieron al ver semejante acto de altruismo.

Todavía hoy, 15 años después, un escalofrío recorre mi cuerpo y hace brotar lágrimas por cada poro de mi piel. Todavía hoy, el silencio de Atocha, El Pozo, Santa Eugenia y Téllez inunda de armonía y amor el ambiente de una ciudad que sigue observando el rocío de cada mañana pintando en su transparencia vuestros rostros perdidos en el firmamento.

Todavía hoy, 15 años después del día en el que Madrid tembló, el silencio es más pacífico que nunca…

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