Montañas rusas (Otoño, Parte II)
Un mes después, por fin me atrevo a sentarme frente a la pantalla
a escribir aquello que llevo tiempo guardando en mi mente. De fondo suena The Flame, de Valerie Deniz, para
ambientar con su suave voz y la templanza del piano la tristeza de estos días
previos. Sin atreverme a reflejar lo que siento al iniciar cada frase, creo
que, poco a poco, el texto va cogiendo forma, o al menos sí lo hace bajo mi
piel.
Un mes después siento que todo ha cambiado, que los propósitos de
2019 se han diluido como la acuarela en medio de la más feroz de las tormentas.
Es entonces cuando reflexiono y me paro a pensar en lo importante que son los
recuerdos, grabar cada momento en la retina para que no caiga en el olvido y
poder revivirlo en la soledad de un colchón. Es entonces cuando miro hacia
atrás y veo los paseos por El Retiro, los monólogos absurdos y la desesperación
que ello provocaba, los libros, las películas en el sofá, las noches de
borrachera… Y pienso en el futuro, en aquello que pensamos y que se convertirá
en papel mojado. La tristeza del verano, como diría Lana del Rey.
No me siento orgulloso de lo que estoy haciendo ni de lo que he
hecho. ¿Por qué? Porque no fui fiel a mi palabra y fallé estrepitosamente. No
supe ver lo que realmente había, me tape los ojos y me limité a ser feliz. Algo
me cegó y me impidió observar que tal vez el camino no era como yo lo había
diseñado, que las curvas eran más peligrosas y el terreno sumamente pedregoso. Vuelvo
al principio y quiero recorrer ese camino otra vez, a pesar de todo. No saldría
corriendo, ya lo dije, que mirases donde mirases ibas a verme. Pero…
Me tiemblan las manos. No sé si debería hacer esto y la seguridad
en mí mismo nunca fue uno de mis fuertes. En ese aspecto soy bastante sensible
y yo mismo me he propuesto detenerme para no hacer lo que me gustaría hacer.
Imagínatelo… Y ahora que he vuelto a acudir a la escritura cada vez que las
circunstancias se tuercen me siento un poco más liberado, aunque no mejor.
Quedarán tantas palabras por decir que preferiría ser mudo para poder,
solamente, escribirlas.
Te echo de menos. No sé si lo leerás, pero aquí estoy,
diciéndoselo a nadie, sin hacer caso, sin ningún plan previo, solamente la
imaginación y la melancolía. Siento todo, lo bueno y lo malo. Siento no haber
podido adaptarme, no me creía capaz de hacerlo. Siento no haber estado a la
altura. Tal vez lo mejor no sea unir, sino separar. Aunque quiero añadir que no
cambiaría ni un solo momento, ninguno, y aunque por fuera pretenda ser de
hierro, me aterra el mero hecho de pensar en que la imagen de tu rostro se haya
quedado en mí para siempre. Una putada que las fotos no puedan abrazar o besar
y que las sonrisas sean sólo a través de una pantalla.
Una canción dice, “Seré el recluta alemán y tú mi Stalingrado.
Claro, que el invierno es imposible contigo…”. Iba con todo y regresé sin nada,
otra vez, al inicio de todo, al sentir que he fracasado y que ya nada volverá a
ser lo que era antes. Joder.
Y ahora que he acabado, leo y releo y todo me parece una mierda.
Una puta montaña rusa…
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