Blanco y Negro

Córdoba (2019)

Silvia era una joven psicóloga licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid que, tras años encadenando trabajos precarios, había decidido regresar a su ciudad natal para echar una mano en la frutería de sus padres. Después de mucho tiempo intentando encontrar su lugar en el mundo, observando cómo el horizonte laboral ennegrecía con el paso de los días y sumiéndose cada vez más en un estado de ansiedad crónica, quiso hacer caso a su intuición y volver a sus orígenes.

Sin embargo, durante un paseo en una tarde fresca de octubre, los recuerdos más oscuros volvieron a rondar los rincones más recónditos de su mente. A menudo se sentía impotente, machacándose la cabeza y convenciéndose de que era incapaz de aplicar todo lo aprendido en la carrera. Se agarró la cabeza y agachó la mirada, frustrada. Cerró los ojos y dejó que sus más profundos temores invadiesen su alma. Recordó aquellas noches de insomnio, con los ojos abiertos y la mente apagada mirando el techo de su habitación, tumbada en la cama y dando vueltas mientras los latidos de su corazón se aceleraban de forma preocupante. Aparecieron de nuevo los cosquilleos en el pecho, el nudo en la garganta y la sensación de continuo peligro. La soledad, el aislamiento y la necesidad de llegar bebida a casa noche tras noche para poder huir de unos miedos que le agarraban de la chaqueta.

Los besos perdidos de sus abuelos, fallecidos recientemente, los abrazos de la persona amada que ahora rodeaban a otra chica, la inseguridad de no saber si estaba haciendo bien las cosas, la memoria que había olvidado cómo reaccionar ante esas situaciones… Silvia era un mar de dudas. Durante unos meses había decidido ponerse en manos de una profesional para poder volver a sonreír sin necesidad de forzarlo. ¿Un espejismo? Había vuelto a fumar compulsivamente, a salir a la calle intentando huir de una jaula que estaba dentro de sí misma, a querer correr hacia ningún lado con música nostálgica taladrando sus oídos y, en definitiva, a dar marcha atrás como si la ansiedad se hubiese convertido en su mejor amiga. Ansiaba estar sola, mirar a la ventana y construir historias en las que el final era siempre incierto. Sólo era capaz de olvidar todo aquello las horas en las que trabajaba junto a sus padres, su mayor paraguas en la vida.

Había perdido peso y su aspecto había desmejorado notablemente. Sin embargo, intentaba disimularlo las pocas veces que se atrevía a reunirse con su grupo de amigos. No quería que se percatasen de que, poco a poco, había vuelto a sumirse en un mar de dudas que creía haber navegado ya. Como si de una marinera kamikaze se tratase, había optado por surcar unas olas kilométricas en una barca diminuta e inestable. Sus fuerzas fallaban y la seguridad en sí misma se había esfumado en unos cuantos mensajes vacíos de WhatsApp. Su vida, en esos instantes, era un auténtico tablero de ajedrez en el que las piezas se movían sin ningún tipo de orden. Oscilaba entre un constante blanco y negro que, en numerosas ocasiones, se aglutinaba en un gris espeso que le impedía avanzar hacia el futuro que se había propuesto. Había permitido que su estado emocional dirigiese su vida y condicionase sus actos, llegando incluso a un punto de no retorno. Ansiedad y recuerdos eran ahora los apellidos de Silvia.

Estaba sola y no sentía Córdoba como su hogar. En un espacio de tiempo muy breve, diversos acontecimientos de índole familiar y laboral habían tejido una tela de incertidumbre en su cabeza. Había olvidado incluso su licenciatura y se enfrentaba al futuro con temor. Sus ojos no eran capaces de ver más allá y, nuevamente, los miedos habían apagado por completo su horizonte. Tenía los músculos agarrotados y solamente quería andar, salir corriendo y llorar lejos esperando que sus lágrimas hiciesen florecer un suelo yermo y seco. Se había prometido cambiar y se había fallado a sí misma. Por otra parte quería combatir todo aquello. Blanco y negro…

Alzó la mirada y, a lo lejos, vio que dos figuras de aspecto divino la observaban con detenimiento. Ambas permanecían inmóviles, como si estuviesen esperando pacientemente a que fuese Silvia quien se animase a dar el primer paso. Echando a un lado todas sus dudas, la joven psicóloga se acercó lentamente, taciturna y pensativa en cuál sería su siguiente vivencia. A medida que se acercaba a aquellas misteriosas figuras, pudo ver que vestían de blanco y negro y que, por alguna extraña circunstancia, ya se había cruzado con ellas en algún momento de su vida.

Las dos figuras le tendieron la mano y, con un susurro suave y tranquilizador, pronunciaron unas palabras que inundaron la mente de Silvia de calma y paz.

_ Somos Lucía y Nuria, guardianas de Serendipia. Silvia, ven, danos la mano y reconduce tu camino. Vamos a cuidar de ti porque a tu historia le hace falta una segunda parte llena de certezas y seguridades. Prometemos no dejarte sola.

Y Silvia, sin nada que perder y echando un último vistazo a la ciudad que iba a dejar atrás, rozó con sus dedos las manos de aquellas mujeres. Y se marchó, dejando tras de sí un halo de luz blanca y negra que ascendió a lo más alto del cielo cordobés…

Dedicado a todas aquellas personas que se han visto amenazadas por ese terrible enemigo llamado “ansiedad” que bloquea personas y ciega la más clara de las mentes…

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