Por los míos

Tener desajustes emocionales es, simple y llanamente, una putada. Comentarios, gestos, actos que, poco a poco, van haciendo mella en una autoestima que, durante un tiempo, estuvo acosada por el miedo. A lo largo del año, ese 2020 que recordaremos durante toda la vida, los picos emocionales estuvieron a la orden del día. Felicidad, tristeza, euforia y, de nuevo, llantos. Mi vida había empezado a desmoronarse y no estaba cómodo en ningún lado. Simplemente quería huir. Escapar de aquí y fijarme nuevos horizontes y objetivos que se iban distorsionando a medida que intentaba rozarlos con las yemas de mis dedos.

El verano había llegado con su habitual calor procedente del mismo infierno. Me había instalado en una rutina en la que no era completamente feliz y, mis sucesivos actos, me llevaron a un punto de no retorno. Fue entonces cuando decidí ponerme en manos de una profesional porque, cuando la cabeza falla, el mundo no gira correctamente. Una decisión que, aunque fácil, supuso un antes y un después en la vida. Gracias, P. Una conversación, una risa sincera tras mucho tiempo fingiendo y una cura que se hizo evidente meses después. Habían desaparecido los dolores en el pecho y el malestar en la tripa.

Fue el pasado verano cuando, venido de unas calles más arriba, descubrí a aquella persona que, sin apenas darme cuenta, se convirtió en parte fundamental de mi día a día. Un hermano de distinta madre, un mentor pocos meses mayor que yo y un amigo al que llegué a ver incluso más que a mi propia familia. Aunque quizás ya se había convertido en parte de ella… Cigarros, risas, “cafés” y cervezas, charlas interminables, bromas y un ambiente laboral que había mejorado infinitamente. No me escondo, esto va por él. Confianza, complicidad y tardes en las que los problemas volaban por la ventana en el preciso instante en el que ambos poníamos un pie en el suelo de aquel bar de Moncloa.

Quiero agradecer tanto que las palabras se me quedan escasas. No soy capaz de describir lo mucho que cambiaste mi forma de ver las cosas. Nos hemos autodenominado como “el mejor descubrimiento del 2020”. Aunque creo que deberíamos pedir permiso a las vacunas, lo mantendré hasta el fin de mis días. Te uniste a una batería de amistades con las que soñar un futuro repleto de felicidad. Eres ahora una pieza clave más en el complicado tablero de ajedrez que es mi vida. Ganamos la partida y la volveremos a ganar. No compito contra nadie, sólo intento jugar correctamente las fichas para poder moverme libremente a través de las casillas blancas y negras.

Serenidad, calma, alguna que otra bronca y toques de atención impidiéndome abrazar a la gente. No te lo perdonaré jamás… Jamás. El hermano mayor que ponía en orden algunas de mis decisiones más controvertidas. El protagonista de un diario mental del que muchas páginas e historias llevan tu nombre. Juntos hicimos del Ying y el Yang un puto actor secundario en el equilibrio y el funcionamiento del mundo. “¿A ti qué te gusta?”; “Esto”; “Genial, a mí lo otro”. Manos a la obra. Mano a mano, como en Comanchería. Viendo El arte de la amistad en Cinema Paradiso recordando nuestros pasados y pensando en qué hacer cuando intuíamos que podíamos bromear.

Gracias por dejar que me desahogase contigo, aguantando mis monólogos interminables sobre aquellas dudas que taladraban mi mente durante las tardes más frías de un invierno un tanto particular. Gracias por mostrarme que en poco tiempo, se puede demostrar mucho.

Y así, a lo largo de cinco maravillosos meses, y algunos días más, fue cómo, poco a poco, me percaté de que, ciertamente, ya te habías convertido en una persona imprescindible. Ahora, amigo, te dedico esto, mucho tiempo después… Por los míos.

Sí, el tío es un psicópata, pero, es verdad, también es un amiguete, así que, ¿qué puedes hacer?” (Trainspotting, 1996)

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