Seis colores

Acababa el año y seguían sin agradarme los desvelos a media noche. En mi espalda, un reguero de pesadillas amenazaba con apuntalar un dolor que no se marchaba. Mientras, un llanto lejano penetraba fuertemente en mis oídos, acompasando sus punzadas con mis latidos y dejando tras de sí un manto de ruina y pena imposible de compartir con nadie. Hoy no duermo en casa, mamá, estoy demasiado pendiente de intentar solucionar lo que sea que me estuviera sucediendo. El pico de felicidad decidió enterrarse en las profundidades para no resucitar. Me había quedado solo y regresaban los fantasmas del pasado. Volvieron los temblores, las malas decisiones, la tensión de elevar a la voz ante cualquier situación…

Cerraba los ojos y en la inmensidad de la oscuridad, tu rostro angelical surgía como leves haces de luz que, al tiempo, tonaban en demonios y cantos al diablo. Me despertaba. Giraba en la cama olvidando que, una noche más, tenía resaca. Construía diálogos y momentos contigo sin saber que en un futuro no muy lejano volvería a probar tus labios. Quería que tus seis colores se fundiesen con el rojo intenso de mi corazón. Observaba la calle, vacía y disfrutando de un silencio que, en mi interior, se había ausentado, había faltado a nuestra cita y me había dado plantón. Ya no servían las letras, ni las canciones tristes de la lista de Spotify. Solamente deseaba girarme, abrazarte y bucear en tus bajos fondos.

Estaba demasiado convencido de que eras la persona, aunque no el momento. Debíamos ordenar los capítulos y escenarios de nuestra historia, como en la película Memento. Deseaba jugar con tus dedos, mirarte a los ojos, acariciarte el cabello y comerte el cuello. Quería verte dormida en el sofá, con las jarras a medio acabar, verte despertar y volverte a besar. Duele, pero uno ya tiene el corazón de piedra, o al menos, eso creo. Y una mierda. Soy de hielo desde el 2-8 del Bayern al Barcelona.

Mezclo los colores en mis retinas y veo ondear la bandera en lo alto de los balcones. Estoy en medio de la gran ciudad, paseando contigo, cogido de tu mano y notando tus uñas en la yema de mis dedos. Escribo sin sentido, de forma aleatoria y cruzo las historias de dos melenas ondeando al son del viento del otoño. Regresa el “Por ti” de 2020, el relato de Serendipia o el de las baldosas amarillas, el olor de tu perfume a punto de fundirse en mi boca desnuda.

Los artistas son como cazadores apuntando en la oscuridad. No saben cuál es su objetivo, no saben si acertaron” (Muerte en Venecia, 1971)

No. No lo sé. Voy a ciegas paseando por Madrid Río, por Parque del Oeste hasta a acabar en un bareto de mala muerte. Apoyo mi mano en el vaso y, con la otra, esbozo un tímido abrazo, intentando rodear unos hombros que, antaño, apenas había rozado. Comprendo el devenir de las continuas putadas que el año había interpuesto en mi particular camino. Desde abajo había reconstruido parcialmente mi historia hasta llegar a un individualismo exagerado en el que, paradójicamente, me encontraba cómodo.

Pero viniste a desordenarme. Y no te culpo. En mi pecho arde una hoguera eterna sobre la que he procurado derramar agua más de una vez sin llegar a lograrlo. Las cadenas del sentimentalismo atenazaban mis músculos y, para combatirlo, grabé tus iniciales en el suelo de mi habitación, como si de esa forma pudiese pisotear mis emociones. Empecé rimando, pero he perdido tanto que en el viaje de mi nave ya no hay nadie al mando. Ahora le busco un sentido a cada relato y reviso constantemente los contactos, esperando un ligero vibrar con el que volver a respirar. Tú y yo somos como el mar y la arena, solamente estamos en contacto durante unos segundos, pero dejamos una huella eterna repleta de humedad.

Sobre el papel están ya las últimas líneas de esta triste y anodina historia. Un amasijo de frases y sentimientos sin sentido que, con algo de fortuna, han conseguido formar una bella historia cargada de amor, inseguridades, mensajes de esperanza y tensión. Esto acaba. La Ópera en Florencia asoma por la ventana mientras las nubes blancas comienzan a dibujar una fecha clave del futuro. 21 del 21, del 08, de un rincón de Madrid en el que perderíamos mucho y ganaríamos todo.

Pero supongo que no estoy aquí para repetirme a lo Álex Ubago. Para llorar, mejor visitar el mundo y darte cuenta del próximo final. Solamente me alivia sentarme frente a ti, observar tus ojos de fan del relámpago, allí donde nos contamos los secretos, encender la televisión, poner una peli de miedo y que, con los ojos tapados, me preguntes qué coño estamos haciendo… ¿Qué está pasando?

Como los artistas, te respondí sonriendo. No lo sé, pero esto es jodidamente adictivo.

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