Yeux de perle

Rasqué y gané, jugué a la lotería, y ahora mi corazón está encerrado en una caja vacía. Varado, como el delfín en la playa buscando consuelo, como las últimas luces del alba iluminando tu pelo. Tocado, pero latiendo al fin y al cabo. Tatuajes en la piel del número 23, grabados en el alma tus yeux de perle. Cansado, anudando en mi cabeza los recuerdos del pasado donde estoy anclado. La vela iluminaba mi salón pero, ¿a quién quería engañar? Ahí solamente estaba yo, acompañado del demonio murmurándome al oído que jamás olvidase la brisa del otoño.

Los desvelos se convirtieron en algo usual, típico y normal. Las ojeras al despertar y la pregunta de mi madre: “¿Has vuelto a soñar?”. Los días se sucedían a un ritmo frenético, bombardeando constantemente con una rutina insalubre la tranquilidad de la que intentaba gozar. Sumido en la oscuridad quise recuperar mi ser, guardando en mi retina tus yeux de perle. Saboreaba el silencio, reconstruyendo con tus besos las historias del ayer, grabando vivamente las caricias de la piel. Fantasía. Los cigarros, la bebida, la terraza ruidosa de nuestra propia Gran Vía…

Los relatos del espejo y del vagón; las memorias de la Rosa Negra y lo inefable; la duda jugando en el salón, mi boca muda observando el sillón mientras componía la melodía de aquella canción. Los trazos negros de la camiseta blanca, los planes trastocados del futuro lejano. Tengo miedo, tantas cosas que decir y nadie al lado. Un trago a la botella. Dos, tres… Cruje la ventana y, asustado, oteo el horizonte buscando tus brillantes yeux de perle. Vamos, venid, estoy tiritando y no es por el frío. Tampoco son los nervios. Son los euros que me he dejado de más procurando olvidar.

Paseo, gasto los viajes de la edad yendo a la capital, a cualquier calle en la que poderme enterrar, flipando con las vistas cuando giro la cabeza hacia el más allá. Así son los momentos jodidos, solo en compañía y en soledad. La vida torcida, los coches corriendo en la autovía, anodinos, ausentes, inundando de ruido la realidad del día a día. Una voz tarareaba en mi interior, lloraba, ahogaba los lamentos en los grados del alcohol. Llegaba el metro. No quería volver a casa pero ya era tarde, vibraban los WhatsApp y el tiempo no esperaba. La música alta, las vocales de tu nombre en cada parada, el destino nos juntó incluso antes de nacer… A mí, contigo, con tus yeux de perle.

Repetitivo. Despierto y todo igual. Hoy es diferente, hoy toca trabajar. No sé si quiero hacerlo porque me gusta pensar. No puedo estar pendiente de algo que no sucederá, recuperar nuestras anécdotas sentados en cualquier bar. No me doy prisa, anhelo recapacitar. Mi cabeza ya está redactando la próxima reflexión. Perdido el autocontrol, le pongo una tirita al corazón y me lanzo, esperando pasar desapercibido. Me asomo a la ventana y respiro. Hace frío, pero lo necesito. Es urgente, ha llegado la borrasca a apagar los incendios de mi mente. Cae la lluvia, sopla el viento y, al fondo, un papel… Ahí es donde voy a escribirte. Ahí recordaré tus yeux de perle.

Se asoma el final. Estoy escondido entre los pliegues de tu cuerpo, calentando con tu respirar las duras noches de invierno. No duermo. Otra vez… Necesito de la estrella para evadirme, levantarme con resaca y, de nuevo, hundirme. Ya no soy delfín, no estoy varado. Solamente soy un náufrago que, relajado, fue capaz de nadar hasta la orilla sin balón. Te encontré. ¿Yeux de perle? Sí, ven…

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