Hasta el fin
“Amargo despertar”. Eso fue lo
primero que pensó Guillermo cuando abrió los ojos y se levantó de la cama. Se
calzó las zapatillas de estar por casa y se acercó a la ventana subir la
persiana. La luz del día le deslumbró la cara. Cuando ya se acostumbró a la
claridad, Guillermo se fijó en el parque que había enfrente de su casa. Le
había parecido ver… pero no, era imposible. Todo había sido un sueño, y su
hermano le había obligado a despertar, no podía seguir viviendo en ese mundo
lleno de mundos ficticios. Fue demasiado extraño. Una mujer incorpórea le
acompañaba de sitio en sitio mostrándole diversas escenas en las que aprendía a
valorar el sentido de la amistad, a no creer siempre en lo que vemos o nos
cuentan, a darle importancia a la historia, al medioambiente, a controlar sus
instintos y no dejarse guiar por las intuiciones, a refugiarse en el amor
cuando todo va mal… ¿Pero dónde estaba quien le había enseñado todo aquello?
Guillermo observó de nuevo el parque. Allí sólo había dos chicas rubias riendo.
De repente, sintió un ligero
cosquilleo en los tobillos. Dio un ligero sobresaltó y escuchó un leve
maullido. Duende Verde le miraba fijamente, como si quisiera decirle algo con
esos ojos felinos. Guillermo intentó cogerle, pero el gato se subió a la cama y
empezó a señalar el bolsillo del pijama. El chico estaba confuso. No sabía qué
era lo que su gato quería decirle. Se metió la mano en el bolsillo y, para su
sorpresa, encontró un papel muy desgastado, casi roto. Guillermo lo desarrugó y
lo abrió con cuidado. Era una carta escrita en 2014… ¿Cómo había ido a parar
eso ahí? ¿Acaso su sueño había sido real? En su cabeza se agolpaban cantidad de
recuerdos confusos y se entremezclaban las historias. No sabía distinguir lo
real de lo ficticio, no sabía si sus ojos le estaban engañando o le decían la
verdad, aunque fuese a medias, no sabía si seguir durmiendo o despertarse y
enfrentarse al día a día. La luz del sol le parecía de mentira y ni siquiera el
calor que le proporcionaba era capaz de calentarle el cuerpo. Sentía frío en su
interior. Un temprano revés se había llevado a una gran amiga de una familia
cualquiera en un punto cualquiera, y él sabía mejor que nadie que eso no había
corazón que lograse entenderlo.
Se giró porque creía estar
acompañado en la habitación. El piano que hacía tiempo que no usaba parecía
haber empezado a destilar melodías. Mientras tanto, en la calle, las dos chicas
rubias que antes reían estaban ahora hipnotizadas pues una figura que parecía
una Virgen María les estaba entregando unos libros sacados de la biblioteca de
la verdad. Guillermo se sentó en la cama y empezó a pensar. A pesar de todo, el
mundo seguía girando y él era sólo una pequeña mota de polvo en un universo
cada vez más extenso. La vida es sueño,
ese era el libro que Guillermo tenía frente a él. “¡Y qué lo digas Calderón!”.
Sonrió ligeramente
y leyó la carta que había ido a parar a su bolsillo, esa que provenía de algún
lugar del subconsciente, esa cuya función era la de cicatrizar heridas que
llevaban demasiado tiempo abiertas. “La Felicidad”. Aquella persona que la
hubiera escrito debía ser la persona más afortunada del mundo. ¿Y qué si acabó
encerrada? Al menos fue la única en darse cuenta de lo que realmente le estaba
pasando al planeta Tierra. El mundo había enfermado y sólo unos pocos querían
devolverle la salud, pero claro, le habían metido tal tijeretazo que era muy
difícil repararla. La vida a la que él estaba acostumbrado había cambiado desde
aquel año 2014. Había sentimientos refugiados en CDs, declaraciones de amor
escritas en redes sociales, abrazos y besos atrapados en la desconexión a
Internet, sonrisas tras pantallas… Y mientras tanto, sufrimiento.
Una vez más se volvió a levantar
de la cama y, con el optimismo por bandera, se dispuso a afrontar un nuevo día.
Su vida era un caos, un verdadero caos, y jamás sabría cómo ni cuándo había
llegado hasta ese momento en el que el mundo real y el de los sueños jugaron a
mezclarse como si de un zumo de frutas se tratase. Su vida era un caos, y
seguiría así hasta el fin. Miró a Duende Verde antes de salir de la habitación
y le preguntó: “¿Y tú, qué harías en mi caos?”
Cuando Guillermo cerró la puerta, un papel se filtró por el único
resquicio que había en la ventana. En él rezaba: “Me gusta saber qué va a pasar
en el futuro porque es el lugar donde viviré mañana. A mí también”.
Y aquí acaba la historia. ¿Continuará?
13 de diciembre de 2015
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