El libro del cielo

“Amurallar el sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior”. (Frida Kahlo)

Plaza del Dos de Mayo, Malasaña (Madrid), 2016

Cerveza, tabaco, alcohol… Botellas rotas semillenas de sueños sin acabar, cigarrillos a medio consumir como aquel amor que no se pudo dar, borracheras, llantos de alegría y pena… Y a pesar de todo, felicidad.

Lágrimas endulzadas con la caricia de una mano áspera curtida por mil historias… Recuerdos perdidos en un cajón lleno de telas de araña que lleva mucho tiempo sin abrirse… Defectos dichos a los ojos y alabanzas pronunciadas por la espalda… Cartones testigos de muchas noches a la intemperie… Personas pensando a sus familias cada noche antes de irse a dormir… Y a pesar de todo, felicidad.

Aquellas personas habían decidido un día enterrar su vida para pasar a un mundo más imaginario, donde el alcohol dibujaba sonrisas y las sonrisas escupían a la cara a la muerte. Una radio emitía a duras penas el himno de España mientras la interlocutora narraba que un tal Felipe VI se erguía y saludaba con la mano derecha colocada sobre su sien. A un lado, una periodista. Al otro, un registrador de la propiedad: el más joven de España, decían.

Sin embargo, aquella retransmisión no parecía importar a las personas presentes en la Plaza del Dos de Mayo. Mientras aquella pantomima tenía lugar unas calles más abajo, en la plaza se jugaba a las cartas, se conversaba, se disfrutaba de una mañana tranquila. Sus almas estaban limpias. Sus conciencias hacía tiempo que habían abandonado un mundo cruel. Ahora, ellos y ellas eran dueños de su propio destino.

Mientras tanto, un grupo de refugiados charlaba amablemente con unas mujeres que habían sido calificadas de “feminazis” simplemente por haberse manifestado a favor de poder elegir sobre su cuerpo. La estampa la completaban unos homosexuales agredidos por tres miembros del Hogar Social y un par de familias desahuciadas y expulsadas de sus hogares. Jugando a las cartas había un vendedor de CDs piratas, una profesora despedida por los recortes en educación y una enferma terminal que había decidido mandar todo a tomar por culo y ser feliz, pues el hospital donde estaba ingresada había cerrado y no tenía dinero para costearse el tratamiento.

Y aunque todo aquel panorama pudiese parecer desolador, la gente sonreía. No había perdido la risa, ni la alegría… Simplemente se habían despojado de sus mochilas llenas de preocupaciones y se habían propuesto vivir al máximo. Esa gente decidió darle una patada a su sufrimiento, quería olvidarse de él.

Lo que ocurriese en las altas esferas de la sociedad les era indiferente. Nada de lo que se estaba celebrando en el Paseo de la Castellana les representaba. Aquella no era su realidad. Su mundo, su vida, era otra. Esos grupos desterrados de la sociedad se reunieron aquella mañana en la Plaza del Dos de Mayo para intercambiar inquietudes y charlar sobre su día a día. Al fin y al cabo, ¿para qué sufrir?

Diego y Andrea llegaron a la Plaza justo en el momento en el que comenzaban a caer las primeras gotas de lluvia. El libro que Diego llevaba aferrado al corazón comenzó a vibrar fuertemente. Lo abrió sin un ápice de miedo en sus dedos, y deslizó las yemas sobre la primera página. De repente, como por arte de magia, se dibujaron unas palabras: El Libro del Cielo: la realidad de dos sociedades.

_ Diego, ahora ya sabes a quién debes proteger y con quién debes estar_ dijo Andrea.

Diego levantó la mirada y dirigió la vista hacia la plaza. Aquella era su gente, y estaba decidido a protegerla. Cogió una cerveza y se fue con Andrea a celebrar que ya estaban todos y todas. Reían. Bailaban al son de We are the champions… Eran personas felices.

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