MMXVII

Y después, tras años de historia, el ser humano sigue pegado a la piel de la Tierra como una abeja se aferra al polen de las flores. Tras años de evolución, ese ser de dos patas se ha extendido a lo largo y ancho de la piel del planeta, clavando banderas, ideologías, religiones y guerras, con los ojos inyectados en sangre, impregnados de poder y ansiosos de hacerse con un buen puñado de monedas. Codicia, incultura, intolerancia, deseo de conquista, egoísmo… Una larga lista que definiría la historia de la humanidad como experimento fallido por una especie de cultura superior que ve en nuestra especie una cobaya con la que probar cosas nuevas.

Y después, tras años de historia, el Ártico se derrite, el mundo se ahoga en su propia contaminación, los bosques se marchitan convertidos en páginas de revistas del corazón y libros de autoayuda; los mares arrastran voces crueles transportadas en botellas de plástico, condones usados y alguna que otra promesa del Partido Popular, Le Pen, Trump o la madre que los parió. Las calles de numerosas ciudades son testigos de violencia, cementerios de sueños rotos y cómplices de polvos mal echados; África no despierta y Occidente le cierra los ojos, le obliga a pensar que todo esto es una pesadilla que está obligada a vivir hasta el final; el hambre es la esposa del ser humano y la obesidad, su amante rica.

Y después, tras iniciarse el 2017, pones las noticias y sigues viendo lo mismo: algún desgraciado ha decidido que la vida de su amiga, mujer o compañera tenía que acabar; la Iglesia sigue sin pagar el IBI; el capitalismo sucio y malempleado sigue dejando los derechos humanos en la cuneta, ataviados con un vestido blanco, fantasmas de lo que nunca fueron…

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