Un nuevo horizonte
A
Coruña (2017)
Despertó bañada en sudor. Martina
buscó torpemente la luz de la lámpara que había en su mesilla. Cuando por fin
lo logró, una tenue luz iluminó el dormitorio. Se frotó los ojos y se puso las
gafas. Se quedó mirando fijamente al espejo que tenía justo enfrente. Le
devolvía la mirada una chica de 27 años, de pelo castaño y ligeramente
ondulado, ojos grandes color miel, labios finos y cara afilada. La viva imagen
de su abuela decían… Se secó el sudor de la frente y se incorporó para beber
agua de una botella que se llevaba todas las noches antes de ir a dormir. Otra
vez aquella maldita pesadilla… últimamente, sus sueños estabas siendo muy
recurrentes. Sus pensamientos la transportaban siempre a la cercana playa de
Bastiagueiro.
Estaba sola, mirando fijamente el murmurar de las olas rompiendo contra la arena que se revolvía bajo sus pies descalzos. De repente, en su soledad, se iba acercando poco a poco, transportada por el mecer del mar, una sombra. A medida que se aproximaba a donde se encontraba ella, la sombra iba haciéndose cada vez más corpórea hasta el punto de convertirse en un ser humano. Martina se acercaba corriendo a saber de quién se trataba y, cuando le daba la vuelta, se presentaba ante sí una figura sin rostro y llena de heridas. Martina apartaba rápidamente su mano de aquel ser extraño, se echaba las manos a la cara, lloraba y se despertaba en la soledad de su dormitorio. Lo curioso de todo aquello era que, tras levantarse, la mano con la que giraba el cuerpo olía siempre a sal y estaba ligeramente más húmeda que el resto de su cuerpo.
Miró el despertador. Eran las ocho y
cuarto de la mañana. Martina no supo si levantarse o intentar volver a
dormirse. Cuando estaba a punto de apagar la luz de la lámpara, sonó el
teléfono. Se levantó rápidamente de la cama y fue al comedor a cogerlo.
_ ¿Martina González?_ le hablaba una
voz ronca, de hombre acostumbrado a fumar cigarros. Antes de que Martina
pudiese contestar, el hombre continuó._ Soy el agente Aradas, le llamo de
la Policía Local da Coruña. Necesitamos que venga urgentemente, hay alguien
aquí que pregunta por usted.
_ ¿Podría decirme quién, si es tan
amable?_ apenas finalizó la pregunta, el policía colgó.
Todavía asombrada por lo que acababa
de suceder, Martina se fue rápido a la ducha, se vistió como pudo, cogió las
llaves del coche y se fue directa a la comisaría. Durante el trayecto, Martina
intentaba pensar quién podría estar buscándola. Su mente era un auténtico
torbellino surcando la tranquilidad de la superficie marina. El aire mañanero del
Atlántico calmaba su nerviosismo. Cuando llegó a la comisaría, se encontró en
la puerta al propio agente Aradas, acompañado de una misteriosa mujer, ataviada
con ropa bastante antigua y un rostro maltratado por los años y surcado por
numerosas arrugas.
_ ¿Martina? Soy el agente Aradas_ se
presentó mientras le ofrecía la mano. Martina, que le había visto de vez en
cuando por la Policía cuando ella misma estuvo haciendo las prácticas
universitarias de Criminología, se la devolvió, todavía perpleja._ La he
llamado porque esta mujer de aquí ha entrado con mucha prisa, nerviosa y
repitiendo constantemente que necesitaba verla. ¿Se conocen de algo?
Martina miró a la mujer y negó con la
cabeza. ¿Quién era aquella persona que la buscaba con tanto empeño? ¿Cómo podía
conocer su nombre? El agente Aradas fue testigo del descomunal silencio que se
adueñó de la estancia. Martina y la mujer se miraban. La una conocía a la otra,
pero no era recíproco. La mujer observaba a Martina con profundo detenimiento,
escrutando cada uno de sus rasgos, sus líneas de expresión, la mirada de sus
ojos color miel, el respirar lento y entrecortado… Todo. De repente, la mujer
metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó una especie de colgante. Con
un movimiento lento, fue acercando su mano a la de Martina y, sin mediar
palabra, lo colocó cuidadosamente entre los dedos de una Martina completamente
perpleja.
_ ¿Qué… Qué es esto, señora?_ balbuceó
Martina. Mientras, el agente Aradas observaba atentamente a la mujer. Esta no
contestó inmediatamente, sino que bajó la mirada cerró los párpados, respiró
profundamente y, con una voz ronca, dijo.
_ Tu pasado, Martina. Nuestra gente te
necesita y me han enviado para darte la noticia. El pueblo donde te criaste ha
cambiado y solamente tú puedes hacer que vuelva a ser el lugar que un día fue.
_ Pero, señora, el pueblo donde nací y
crecí desapareció. Fue borrado del mapa por un incendio… Permítame decirle que
no me creo nada de lo que me está contando_ Martina le devolvió el colgante sin
haberse parado a observar qué significaba. La mujer, apesadumbrada, se levantó
de la silla y, antes de marcharse, giró la cabeza y contestó.
_ Tarde o temprano te darás cuenta de
quién eres y cuan necesaria eres allí donde se te reclama. Los acontecimientos
recientes requieren tu presencia, Martina. Pido a mi señora Serendipia que
ilumine tu camino y que, antes de esta misma noche, tu alma se mezcle con las
nuestras.
Y, con aire, misterioso, abandonó la
Policía. El agente Aradas observaba incrédulo. Miró a Martina y, levantando
ligeramente las cejas, dio una palmada en el hombro de la chica y la dejó sola.
Martina reflexionaba, pensaba, recapacitaba… Aquella misteriosa mujer había
pronunciado un nombre que le era familiar. No lograba recordar por qué, pero no
era la primera vez que escuchaba aquel nombre. Serendipia…
Salió corriendo de la Policía y buscó
desesperadamente a la mujer. Miraba y miraba a su alrededor y no veía a nadie.
La calle estaba desierta y apenas circulaban coches, ni siquiera los de la
policía. Todo aquello era muy raro. Regresó a su coche y volvió a su casa.
Martina necesitaba saber…
En un pueblo perdido… (2017)
El oráculo había acertado una vez más.
La profecía se estaba cumpliendo paso a paso, tal y como habían predicho los
sabios de antaño. La elegida llegaría pronto y todo en el pueblo estaba
meticulosamente preparado para cuando eso sucediese.
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