Alba

Serendipia (2017)

Era de noche y llovía. Las copas de eucaliptos y robles se movían al son de la brisa marina que llegaba desde la costa. Hacía una semana que la nieve había cubierto todo el paisaje con su manto blanco de pureza y tranquilidad y, aunque ahora era la lluvia la que quería su porción de protagonismo, el ambiente que se respiraba era de una calma impropia. Un coche circulaba lentamente por la única carretera de acceso al pueblo. Era un coche rojo granate, pequeño y antiguo. Martina no había tenido la ocasión de poder adquirir un vehículo mejor debido a su situación económica. Sus trabajos eran temporales y todo el dinero sobrante tras pagar el alquiler de su piso estaba destinado a satisfacer sus necesidades más básicas. Desde que cortó la relación con su ex novio, Martina no había vuelto a convivir con nadie y se consideraba lo suficientemente independiente como para no tener que contar con nadie más.

Envuelta en sus pensamientos, Martina apenas se había percatado de que había llegado a ese extraño pueblo. Hacía una semana que había recibido la visita de una extraña mujer que, al parecer, sabía más de su pasado que la propia Martina. Aquella mujer le había exigido su presencia en Serendipia y, atraída por la curiosidad y la necesidad, Martina se había decidido finalmente por acudir a la llamada. Perpleja, pudo observar que el misterioso incendio que borró del mapa el pueblo fue tan solo una vulgar mentira con la que pretendía ocultarse algo importante.

Martina avanzaba despacio por la calle principal del pueblo. Todas las casas estaban a oscuras y sólo las luces del coche daban algo de claridad a aquella imagen tan tenebrosa. La chica escrutaba atentamente a su alrededor, pendiente de cualquier movimiento o algún ruido sospechoso. Allí no había nadie… De repente, un halo de luz emitido seguramente por el fuego de una chimenea hizo acto de presencia. Martina apagó el motor del coche, salió rápidamente y corrió cuan presta pudo hacia la luz para no mojarse demasiado. El irregular empedrado de la calle hizo que Martina acabase con los pies empapados tras pisar un par de charcos. Cuando por fin llegó a la luz, pudo observar el interior de la casa. Entró, expectante…

En su interior, sólo se escuchaba el crepitar del fuego y el silencio inundando la estancia. ¿Quién habría abierto la puerta? Martina se acercó al fuego y se frotó las manos. Un ruido detrás de ella… Martina se giró de inmediato. La puerta se había cerrado y la lluvia era casi inaudible. Parecía haberse sumergido en una especie de agujero negro en el que no se oía ni existía nada, sólo el fuego. De repente, apareció una mujer de unas cortinas ajadas y raídas de color morado situadas en un extremo de la estancia. Martina dio un pequeño suspiro y la observó fijamente. Aquella mujer le era extrañamente familiar…

_ Martina, ¿me recuerdas?_ dijo la mujer mientras caminaba pausadamente hacia un armario, del cual sacó una botella y dos vasos_ Soy tu pasado y tu futuro. Soy tu conciencia, tu miedo y tu inteligencia. Soy tu voz, tus ojos y tus oídos. Soy tu alma, tu felicidad y tu sufrimiento… Martina, ¿de verdad que no me recuerdas?

Martina permanecía inmóvil. Aquello era realmente imposible. La mujer que tenía enfrente y que estaba sirviendo dos copas de una bebida de color verde era nada y nada menos que su propia imagen. ¿Se había vuelto loca? ¿Quién era aquella mujer? ¿Qué estaba sucediendo? Las preguntas se agolpaban en su cabeza y sus labios permanecían sellados, ejerciendo de muro. La mujer se acercó a Martina y le ofreció una de las copas.

_ Martina, ven, dame la mano. No tengas miedo. Estás aquí porque así lo has decidido. Estamos juntas en esto y has de saber que te he apoyado siempre, incluida la ocasión en la que la vida te maltrató hasta límites insospechables. Martina, ven conmigo, tú y yo juntas de nuevo, como en los viejos tiempos.

Martina avanzó ligeramente hacia esa mujer que parecía deslizarse por la habitación mientras su voz, que olía a vainilla, arrastraba palabras de optimismo y seguridad.

_ ¿Quién eres?_ inquirió Martina.

_ Blanca. Así ha evolucionado mi nombre a lo largo del tiempo.

_ Pero… Eso es imposible. Eres mi vivo retrato… Joven… ¿Cuántos años tienes?_ las palabras salían de forma entrecortada de su boca. Era incapaz de asimilar aquello.

_ Desde el inicio de los tiempos, en Serendipia hubo una familia de elegidas por la diosa Naturaleza. Aquella familia compuesta por cuatro mujeres jamás envejecía.  Su aspecto quedaría para siempre grabado en el viento y en los árboles, y ese aspecto sería el que cada una de ellas eligiese. Esta fue mi elección y así llevo durante años… Muchos años, Martina_ se bebió la copa de líquido verde y se sentó en el suelo, entrecruzando sus piernas._ Si no me equivoco, hace una semana recibiste la visita de una compañera, ¿no?_ Martina asintió._ En aquel momento decidiste ignorarla y ahora no sabes nada. Mi tiempo aquí ha terminado. Tu misión, ha comenzado. Cuando me marche, necesitarás apoyarte en las gentes de este pueblo, confiar en sus consejos y guiarte por tu instinto. Lo llevas haciendo 27 años, Martina, no es necesario que cambies ahora tu forma de ser. Nuestro pueblo te necesita…

Y desapareció. Su cuerpo de disipó sin dejar ningún rastro. Martina se acercó hacia donde, hasta hacía escasos segundos, se encontraba Blanca. En el suelo había una marca. La marca de un viejo colgante… Una media estrella… El símbolo de su familia, a quien Martina no había conocido.

Blanca, o mejor dicho, Alba, su amiga de la infancia, le había dejado la primera pista de una aventura difícil, larga y apasionante. El camino de Martina se antojaba pedregoso, tedioso y extremadamente agotador. Sin embargo, el reto que se le presentaba ante sí le excitaba enormemente. La vida había cambiado para siempre y ahora tenía un objetivo. Martina se bebió el líquido verde y se dirigió a la oscuridad.

_ Gracias, Alba. Mi luz es tu luz…

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