Tormenta
Serendipia (1968)
A través de una cortina de lluvia y rayos se podía divisar una
pequeña barca que intentaba arribar en la costa evitando el naufragio. Las dos
personas que en ella iban, sin embargo, permanecían sentadas, ignorando el agua
que tenían bajo sus pies y sobre sus cabezas. Simplemente esperaban a llegar a
la costa. Finalmente, gracias a la fuerza de las olas que rompían con furia en
la arena y los acantilados que rodeaban la playa, lograron pisar tierra firme.
Ambas vestían sayos largos y negros con capucha. No se les adivinaba el rostro.
Eran dos mujeres… Y procedían de una tierra muy lejana.
Serendipia (2017)
Unos ruidos sobrehumanos le obligaron a abrir los ojos. Martina se
llevó las manos a la cabeza. Estaba desnuda, mareada, tenía la boca seca y le
dolían las piernas. Pasaron diez minutos hasta que se percató de que estaba en
una cama. Miró a su alrededor. A un lado estaba Azucena y al otro, María. No se
acordaba absolutamente de nada pero las marcas de labios en el cuello y otras partes
del cuerpo parecían indicar que habían pasado una noche de sexo desenfrenado.
Martina no recordaba nada pero no le dio importancia. Aquellas mujeres tenían
un atractivo especial.
Volvieron los ruidos. Sus compañeras apenas se inmutaron y se
limitaron a dar un par de gemidos, girarse y seguir durmiendo. Martina se
levantó de la cama buscando agua desesperadamente. Salió de la habitación y fue
a la cocina para calmar su sed. Hacía tiempo que no sufría de resaca. Su vida
después de acabar la carrera se había convertido en la de una persona adulta. Los
ruidos no cesaban. En sus oídos había una especie de zumbido que le atoraba. Se
lavó la cara, se arregló como pudo, se vistió y se marchó tras dejar una nota
en el frigorífico.
Fuera había un viento huracanado. Las copas de los árboles
amenazaban con romperse y los troncos crujían con violencia. Las veletas sobre
los tejados de las casas giraban sin dirección ninguna y otras estaban ya sobre
los adoquines de la calle principal. No había ni un alma. De lejos llegaba el
rugir de las olas. En el horizonte, una masa de nubes negras se acercaba
amenazante hacia el pueblo. Martina corrió hacia la casa en la que había
decidido alojarse, aquella en la que conoció a Alba, su “yo” del pasado. Justo
en el momento en el que cerró la puerta, comenzó a llover fuertemente. Las
gotas chocaban tan violentamente contra los endebles cristales de las ventanas
que amenazaban con hacerlos añicos. Estaba nerviosa. No sabía lo que pasaba y
por qué un cambio de tiempo tan violento. Pensó, por un breve momento, en coger
el coche y huir de allí aunque, para su pesar, la única carretera de acceso
estaría impracticable.
Tocaron a la puerta. Martina temblaba de miedo. No sabía cómo
reaccionar. Permaneció inmóvil en medio de la estancia, incapaz de mover un
solo músculo. Volvieron a tocar, esta vez más fuerte. La chica se acercó
lentamente hacia la puerta, escuchando el crujir del suelo de madera bajo sus
pies. Llevó la mano temblorosa hacia el pomo de la puerta y, de golpe, abrió,
esperando lo peor. Una figura encorvada y vieja entró rápidamente en la casa.
Con un movimiento de manos hizo aparecer un fuego en la chimenea, cogió una
silla y se puso frente a las llamas.
_ Si todavía no sabes por qué estoy aquí, querida, es que no has
aprendido nada…
Martina cogió otra silla y se sentó junto a aquella mujer. Sabía
quién era. La había reconocido de inmediato. Era la Dama de Fuego, aquella que
había visto entre las llamas hacía 22 años mientras jugaba en medio del bosque.
_ Ahora que has descubierto una parte de la historia de nuestra
tierra_ continuó sin apartar la vista de las llamas, _ sólo te queda un paso
más para llegar hasta el final. El fuego, enterrado en medio del océano, ha
echado finalmente a volar… La tercera vez y puede que la última, Martina. En
anteriores ocasiones nunca estuvimos a la altura y, por ello, la madre
Naturaleza nos castigó_ giró su rostro hacia Martina, quien pudo ver que el
paso del tiempo no había hecho mella en aquella mujer. Permanecía igual que
hacía 22 años e incluso más… Más de mil años._ Pero esta vez es diferente. Esta
vez estás tú, Martina. La segunda de tu familia, heredera de nuestro pueblo…_
le agarró las manos. Las arrugas y sus dedos largos y finos le hacían
cosquillas. Sonrió levemente a la vez que aumentaba considerablemente el
entusiasmo de su discurso._ Esta vez, querida, hay esperanza. Va a llegar la
Tormenta y solamente contigo aquí seremos capaces de superar aquel obstáculo
que nos sumió en la locura y la perdición... ¡Ya viene!
Martina se quedó observando sus dos ojos negros, llenos de
oscuridad, en medio de un silencio sepulcral. Las llamas le iluminaban cada
poro de la piel. El crepitar del fuego la sumió en una soledad absoluta. Ya
viene… ¿Quién viene?
En la pared apareció un pájaro cruzando un aro de fuego en cuyo
interior gemía el mar bravío… La segunda de su familia y
heredera de aquel pueblo… El fuego enterrado en medio del océano había echado a
volar… Todo iba cobrando sentido. La Dama de Fuego le entregó, una vez más, el
colgante. Ya lo intentó en A Coruña, pero en aquella ocasión, Martina desistió.
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