Un camino de baldosas amarillas


Hace cinco años que decidí comenzar a almacenar recuerdos, vivencias, emociones y sentimientos de todo tipo en un puñado de papeles que enseguida deseché. Los arrugaba, los tiraba a la papelera y volvía a empezar. Y jamás encontraba la palabra correcta, el concepto adecuado para reflejar lo que mis labios eran incapaces de pronunciar. Siempre me manejé mucho mejor con la palabra escrita… Es un hecho al cual jamás sabré otorgar una explicación. Como ese momento en el que la boca se sella con el más poderoso de los pegamentos y te impide disfrutar de una oportunidad perdida en el viento del olvido.

Hace cinco años que cogí papel y lápiz y escribí la primera historia de este portal de emociones. Hace cinco años que puse por primera vez un pie en el camino de baldosas amarillas que ahora me dispongo a recorrer hasta el fin de mis días. Puedo decir, orgulloso, que, muchas veces, la pantalla del ordenador ha sido mi más fiel confidente. Leía y releía lo escrito sin estar del todo convencido hasta que, en un breve instante de locura, pulsaba el botón “publicar”, aventurándome a que la gente leyera mi más profundas sensaciones. Desde el feminismo hasta el amor más romántico; desde la historia de un canalla hasta la nostalgia de la oscuridad del 11-M; desde el relato más fantástico hasta la anécdota más real sobre la vida y la muerte; a todos esos momentos en los que mi imaginación echaba a volar, gracias.

Un camino de baldosas amarillas en el que cada adoquín tiene una pequeña parte de mí, de mi corazón, mi alma, mis lágrimas, mis sueños y mis inquietudes. Cuando la pena acechaba cada arruga de mi piel, cuando el alcohol había hecho mella en mi mente y me obligaba a sincerarme, cuando mis ojos asistían al parto de la alegría, la felicidad y el éxtasis, cuando escuchaba tu voz resonar por cada recoveco de mi cabeza buscando una canción que me inspirase el corazón, acudía al camino para poder dejar constancia de todo ello. Decía un poeta español: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Estoy dispuesto a pintar todas y cada una de las baldosas de este sinuoso trayecto al que llamamos vida.

Deseando tu mano con la mía, jugueteando con los dedos, entrelazándonos en un abrazo eterno para acabar con el mejor de los besos. Un beso húmedo, cargado de tiempo, obsesión, pasión y dulzura. Haciendo coincidir nuestros pasos para recorrer simultáneamente el camino. Saltando y sorteando cada obstáculo, volver y reírnos de la codicia de quien no puede con el amor más enraizado. Mirar al cielo y reírnos del pasado, el mismo que nos hizo aprender a ser quienes somos ahora y el mismo que nos enseñará a aprender en un futuro. Todo, sobre el fantástico camino de baldosas amarillas, contador de historias de ciencia ficción, aventuras, amor, pena y algo de lujuria.

Ahora, dame la mano. Busquemos esa canción de los dos y dibujemos figuras de colores sobre un lienzo celeste. Ahora, mírame a los ojos y susúrrame que vienes conmigo, rumbo hacia ningún lugar. Ahora, prométeme que volverás a ser mi confidente mientras yo te cuento mis inseguridades a lo largo del camino de baldosas amarillas. Nuestro camino de baldosas amarillas…

A todas esas personas que habéis sacado un hueco para atormentaros con esta palabrería barata con la que llevo asediándoos cinco años, gracias…

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