Dulce locura


Observo el techo con la mirada perdida. Escucho la dulce sinfonía de un piano lejano y pido por favor que no se detenga nunca. Cierro los ojos y descubro lo que mis sueños dibujan en el preciso instante en el que apago la luz. Una sucesión de imágenes resucitan mis recuerdos: un abrazo que me deja tiritando, un beso tatuado en los labios, la caricia nocturna en el rostro, el alma despegando en un viaje a ningún lugar, la conversación a escasos centímetros de tu boca, mis manos buscando tus dedos en los bolsillos de la chaqueta, el susurro en la oreja y el vello erizado…

Comprendo entonces por qué nunca terminé de entenderte. Vivía una mentira. Mentía a mi propia conciencia intentando convencerla de que nada de aquello era real. Pero estaba ahí. La película de ignorancia y frialdad que cubría cada poro de mi piel me impedía fijarme en la luz que irradiaban tu sol y tu luna… Tu dulce locura. Grababa cada una de tus palabras en el diario de mi mente para reproducirlas en bucle cada vez que me iba a dormir. Acudía al papel a escribir buscando alguna dirección con la que poner en orden lo que mi timidez no me dejaba expresar.

Durante un tiempo me sentí pequeño e insignificante. Como un grano de arena en la playa, como una estrella en el firmamento, como un poso del café que quiero degustar contigo, como un examen de la vida a los diez años, como una colilla en el cenicero. Durante un tiempo quise ponerme a merced de los elementos para intentar ocultar los actos de los que me avergüenzo constantemente. Y pido perdón. Sé que nunca supe estar a la altura de lo que se me ponía enfrente. Nunca el tejado se me había derrumbado tan bruscamente sobre la cabeza. Y ahora sé que podría soportarlo sobre mis hombros porque, aunque tarde, me he dado cuenta que soy fan incondicional de tu sol, de tu luna y de tu dulce locura.

Tras un tiempo pensando y descubriendo cada rincón de mi mente, aventurándome a imaginar aquello que es bello y me impide descansar, he comprendido que la vida no está sujeta al miedo. He visto, por fin, que las flores vuelven a nacer por primavera; que las hojas de los árboles crecen tras un largo y frío invierno; que las oportunidades no han de tirarse a la basura. Ahora las sujeto fuertemente entre los mismos dedos que buscan los tuyos durante un abrazo. Me como las palabras que un día no supe decir, las digiero y las transformo en aquello que lleva un tiempo taladrando cada órgano de mi cuerpo.

Redacto brevemente un par de apuntes en un folio sucio, ordeno el inventario de mi alma, la letra y la melodía del piano que no puedo dejar de escuchar y me lanzo. Hablo, me sincero, miro a un lado y a otro, busco tus ojos entre las estanterías de mi biblioteca, canalizo mis sentimientos y emociones y cojo papel y boli. Memorizo cada punto de la fotografía que el otro día nos hicieron. Doy el primer paso que me llevará a un viaje cuyo objetivo es buscarte, buscarme, encontrarte y encontrarnos. Me acompañan tres elementos: tu sol, tu luna… Y tu dulce locura.

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