Dementia
No, no miraba al exterior. La verdadera batalla de aquella noche
se estaba librando en lo más profundo de su, cada vez, más inestable
conciencia. Una justa entre sus más asalvajados demonios y las ganas de seguir
adelante, de continuar el camino que se había trazado en el calendario. Un duro
combate entre el perdón y el rencor; entre lo básico y lo complicado; entre la
lealtad y las ganas de encerrar sus sentimientos en una puta jaula hasta la
eternidad; un combate que se libraba intensamente en sus manos y su cabeza.
Se golpeaba mientras susurraba palabras al azar que sólo la dama
del olvido era capaz de entender. Se mecía sobre su propio cuerpo, con las piernas
intentando ocultar una mente antes lúcida y ahora invadida por la locura y la
demencia más absoluta. Unos ojos llorosos, rojos, refugiados en el alcohol y
testigos de noches en vela; una piel rota y maltratada, desnuda ante la
frialdad de su propia celda, construida con dolor y olvido; un corazón que
latía al ritmo del más anciano, lleno de telarañas porque había decidido dejar
de amar. Se prometía cosas a sí mismo que sabría que jamás ocurrirían,
aferrándose a la más mínima esperanza, al último cigarro del paquete, al último
sorbo de un café al amanecer, al último minuto del año…
Seguía murmullando en su interior. La memoria del fracaso le
atormentaba y llovía en cada milímetro de su cuerpo. Chocaba los dientes.
Ansiedad, estrés, agobio… Se mordía la lengua. Frustración, incapacidad de
hacer frente a lo complicado, insuficiencia de cambio emocional. Su cuerpo era
un torbellino, un huracán, un tifón, el más brutal de los desastres naturales
que desordenó, para siempre, el pequeño refugio de amor y felicidad que se
construyó en el corazón. Observaba las paredes de su jaula, paladín de la
muerte y vigilante de sus miedos. La princesa de su oscuridad interior vestida
con los disfraces de sus deseos más primarios. Le gritaba y le ordenaba que
sufriera, llorara, se lamentara y que se atreviera a vivir de una jodida vez.
Atrapado entre el recuerdo de sus labios y la libertad del futuro,
se mordía las uñas. Huye. No, no huyas, no corras. Quédate quieto y sé
impasible. Sé fuerte, fabrícate la mejor de las corazas y sólo entonces podrás
echar a volar. Ruge, escupe fuego, sé el dragón de tu camiseta. Ponte el traje
de gala y sal descalzo a beber. Sigue con tu lucha, con tu pelea y hazte
sangrar si es necesario, pero nunca quieras clavarte al suelo. No sabes lo que
te dices, la locura te impide pensar con claridad. Tu cabeza es una tormenta,
nubes negras y lluvia torrencial. Puto gurú barato, sal aunque quieras
derrumbarte, aunque te apetezca comerte a ti mismo. Las balas no hacen daño
pero el veneno ya ha hecho suficiente y me voy durmiendo poco a poco…
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