Una noche oscura
Oviedo, 18 de julio de 2016
La noche se cernía sobre la ciudad.
Allí, la estación del Norte, impasible ante el manto oscuro que se cernía sobre
ella, observaba cómo sus paredes se teñían poco a poco de un color rojo sangre.
Cada noche del 18 de julio desde hacía 80 años, tenía lugar aquel maravilloso y
mágico homenaje hacia los casi 10.000 mineros que habían decidido bajar en
trenes a Madrid en defensa del orden constitucional de la República. Bajo los
poderes de Serendipia, las paredes de aquella singular estación iniciaban un particular
ritual conmemorativo.
En el ambiente comenzaban a escucharse
las voces de los mineros conversando, despidiéndose de sus familias o
divirtiéndose en los bares cercanos mientras apuraban los últimos tragos de su
bebida. Un homenaje al que solamente la soledad de una noche oscura podía
asistir. La sobriedad del acto contrastaba con el murmullo y el ruido de la
muchedumbre que, día tras día, abarrotaba los andenes y las entradas de la
estación.
Serendipia conversaba amablemente con
las omnipresentes Trece Rosas, dándoles instrucciones para lo que debían hacer
en el futuro enclave al que irían todas y cada una de las almas despechadas y
olvidadas por la Historia. La luz de la luna iluminaba tímidamente sus rostros
maltratados por el régimen franquista. Sin embargo, respiraban felicidad y
hablaban con entusiasmo, deseosas de poder llevar a cabo aquel proyecto esperanzador.
Durante años, Serendipia fue fraguando diversas alianzas a lo largo y ancho del
mundo cuyo objetivo era revertir la sociedad patriarcal y machista en la que
vivían. Así, había decidido aunar todas y cada una de las corrientes feministas
en un pueblo utópico situado en un lugar secreto.
_ Aquí estamos, amigas y compañeras.
Una noche más asistimos a un acto en el que Naturaleza y memoria histórica se
dan de la mano para, a través de las paredes de esta mágica instalación, se
recuerde la dignidad y la valentía de quienes quisieron defender la II
República. Una noche más, mis Trece Rosas, recordamos que sólo recordando el
pasado podremos construir un presente con el que afrontar un futuro
esperanzador. No os pido que lo hagáis, sólo quiero que lo intentéis. Que
vuestro ejemplo sea el espejo en el que mirarse para las generaciones venideras
y que Serendipia se convierta en ese lugar en el que nada es lo que parece. Un
lugar donde las sonrisas se intercambien por abrazos, un lugar en el que no
exista el dolor y donde el más intolerante fascismo sea borrado de principio a
fin.
“Quiero también daros las gracias por
seguir a mi lado. Vamos a construir un futuro solidario, fraterno y feminista
basado en unos principios sólidos… Y esto, queridas amigas, hemos de hacerlo
juntas. Las voces que escuchamos ahora de aquellos que ya no están, que
murieron defendiendo unos ideales de justicia e igualdad no han de ser
olvidadas. Que su lucha no haya sido en vano. De Norte a sur y de este a oeste
de este maravilloso país ha de continuar la lucha. Las juventudes de hoy en día
están despertando y las calles están volviendo a ser abarrotadas. Las buenas
gentes vuelven a elevar sus voces al cielo, pues ya se han desecho del miedo y
la mentira a la que habían sido sometidas desde hacía muchos años. Han
despertado y, con ellas, nosotras también. Así que, amigas mías, aprovechemos
esta noche oscura para volver a gritar ¡Salud y República!”
Las Trece Rosas gritaron al unísono.
Serendipia era para ellas un ejemplo a seguir y, tras su fatídico asesinato
aquel aciago 5 de agosto de 1939, habían decidido unirse a la causa de una
mujer que, si bien era misteriosa e intrigante, defendía con puño de hierro
aquello que proponía.
Mientras, las paredes de la estación
seguían teñidas de rojo, esperando que aquella noche oscura acabase con un
nuevo amanecer que, un año más, dibujaba un horizonte esperanzador… Un
horizonte en Serendipia.
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