Siente

Sierra de Guadarrama, Madrid (2019)

Miguel había recibido, una vez más, la llamada de su vieja amiga Serendipia. Ambos sabían que el viaje del chico estaba llegando a su fin. La misión del aquel extraordinario joven con síndrome de Down estaba a punto de completarse. Allí, en medio del bosque, Miguel había encontrado en la corteza de un roble un pañuelo ajado con sus iniciales bordadas: Miguel Barroso Araujo. La Pasionaria lo había escondido 83 años atrás con la esperanza de que en un futuro fuese encontrado por la persona idónea para continuar la lucha como símbolo de resistencia y esperanza.

El chico observaba detenidamente el mecer de los árboles al son de la melodía originada por un viento que anunciaba tormenta. Lo que estaba por venir prometía convertirse en uno de los episodios más turbulentos de la historia del país. Fuerzas políticas amenazaban con querer volver a un pasado oscuro de decadencia, intolerancia e incultura envueltas bajo un trozo de tela de dos colores. Sus seguidores, alentados por un discurso de violencia y odio, comenzaron a moverse contra todos aquellos a quienes querían dejar fuera de su modelo de país. Por ello, el papel de Miguel había adquirido una importancia suprema, erigiéndose como el heredero de muchos que ya lucharon en el pasado.

El chico notaba que su cuerpo desfallecía. Un ligero temblor le recorrió cada milímetro de su piel, anunciando que el viaje llegaba a su fin. Era momento de ceder el testigo a las generaciones venideras. Haciendo un último esfuerzo, Miguel abrió la boca y de su interior surgieron los nombres de todos sus seres queridos más cercanos. Así, junto a él, marcharían unidos por el sendero de la eternidad convertidos en almas inmortales. Siguiente parada, Serendipia…

_ Que mi cuerpo se convierta en rosa y haga sangrar con sus espinas a todos aquellos que pretendan dañar el honor y la memoria de los antifascistas del pasado. Que mi nombre no se borre nunca de la Historia…

Y Miguel, tal y como había dicho, se transformó en una rosa de ardiente color rojo y afiladas espinas. Mientras tanto, Serendipia observaba a lo lejos, sonriente, pues sabía que aquel final era sólo el comienzo de algo mucho más intenso.

_ Siente, mi amado Miguel, mi rosa número catorce, siente…_ susurró mientras echaba a volar. 

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