La señorita de Blanco
El chico, o como solía llamarle
su madre cuando no hacía lo que tenía que hacer, Guillermo se metió la carta
escrita por alguien que se hacía llamar La
Felicidad en el bolsillo de la chaqueta, abandonó la celda de Bárcenas y
salió a lo que había sido el pasillo que conectaba todas las celdas de esa
planta. A pesar de lo tétrico de aquel sitio, la vieja cárcel a la que había
ido a parar después de caer al vacío le producía una tremenda sensación de paz
interior que le inundaba todas las partes de su cuerpo, haciéndose más fuerte
en el corazón. De alguna manera sentía que esa visita que el destino le había
obligado a realizar a la cárcel abandonada le iba a enseñar, aún no sabía el
qué, pero su instinto era capaz de asegurarle que así iba a ser.
La lluvia le salpicaba el rostro
y no conseguía adivinar con exactitud hacia dónde se dirigía. Las ramas de los
árboles, vencidas por el viento y la tempestad, se abrían paso entre los
maltratados muros de la cárcel. A su vez, la hiedra trepaba allá por donde
podía, invadiendo colchones, antiguos cachivaches utilizados por los presos,
paquetes de tabaco y sueños atrapados entre cuatro paredes. Guillermo se había
quedado anonadado observando esa lúgubre imagen cuando muy cerca de él, en la
celda 123, ocupada en su día por un famoso jugador de balonmano, alguien le
llamó la atención. Durante ese brevísimo instante, Guillermo tuvo la sensación
de que su corazón había dejado de funcionar. Todavía le temblaba todo el cuerpo
cuando se giró y la vio.
Una chica de ojos azules, sonrisa
limpia, pelo largo, de color castaño claro y piel tersa llena de líneas de la
risa le devolvía la mirada. Guillermo dudó un poco antes de acercarse a ella,
que le seguía con la mirada según avanzaba para sentarse a su lado. El banco en
el que se sentó estaba sorprendentemente seco y del cuerpo de la chica manaba un
calor que le dormía el alma. El chico no podía apartar la vista de su mirada,
penetrante y apaciguadora, calmada y nerviosa a la vez…
_ ¿Có… Cómo te llamas?_ balbució
Guillermo. Cuando la chica abrió la boca para contestar, aparecieron una serie
de imágenes que se quedaron suspendidas en el aire.
_ Mi nombre hace tiempo que lo
olvidé_ contestó con una voz dulce mientras esbozaba una sonrisa._ ¿Mi nombre?
No lo recuerdo, pero llevo años esperándote, quizá tú me ayudes a ello si me
quieres acompañar.
_ ¿Acompañar? ¿A dónde?_ replicó
Guillermo, estupefacto.
_ A buscarnos. Si aceptas acompañarme
en este viaje podrás llamarme la señorita de Blanco_ la chica se levantó y le
tendió la mano a Guillermo que la cogió de inmediato.
Sintió
que se sumía en un sueño muy profundo. Sin embargo, no se sentía solo, iba acompañado
por aquella chica que, desde ese primer instante, le había robado el corazón.
La señorita de Blanco.
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