Cuento de invierno
“A
veces quiero preguntarte cosas, y me intimidas tú con la mirada, y retorno al
silencio contagiada del tímido perfume de tus rosas” (Gloria
Fuertes)
Un lugar perdido de Madrid… (Madrid),
2016
_ ¿Puede
marchitarse una flor al ver que la nieve cae con fuerza sobre ella y sus
hermanas? ¿Tiene miedo el frío cuando sus vientos arrastran voces furiosas?
¿Quiere la lluvia alguna vez transformarse en espejo del alma de quien anda por
la calle? ¿Quién hay ahí que controla mi destino?_ su mente era un hervidero.
Y mientras tanto, llegaba el invierno.
Las últimas bandadas valientes de aves se apostaban sobre las repisas de las
ventanas, testigos de lo que ocurriría. Las luces de los hogares se encendían
para combatir la oscuridad que había anegado las calles. Las chimeneas
combatían el frío… Los cuerpos temblaban en las aceras, corrían buscando un
café en el que calentarse. Las noches eran cada vez más largas y los días eran
sólo un suspiro de lo que un día fueron. ¿Qué demonios estaba sucediendo? Hacía
tiempo que no se veía un invierno así de crudo. Una especie de manto helado
avanzaba imparable a través de las grandes y pintorescas vías de Madrid… El
Paseo de la Castellana, Gran Vía, la Calle Alcalá… ¿Qué ocurría?
El
Gobierno municipal se había reunido de inmediato ante la avalancha de llamadas
recibidas por los servicios de emergencia. Los teléfonos de bomberos, policía y
hospitales se habían saturado en apenas unos minutos. ¿Acaso estarían soñando?
¿O tal vez acudiendo al fin del mundo? Como por arte de magia, todos los
edificios religiosos de Madrid habían comenzado a arder… Y no eran precisamente
pocos. El caos se había apoderado de todos y cada uno de los rincones de
Madrid. En el cielo se había dibujado una serie de frases que terminaron por
desorientar a la gente que miraba hacia arriba, atónita ante lo que ocurría: Salve Insomnia et benedictus qui venit in nomine Domini; la gente más
religiosa auguraba un Apocalipsis o un Gran Diluvio. Muchas de esas personas se
refugiaron en sus casas, improvisando altares y rezando hasta la saciedad. La
red de transportes se paralizó y la gente corría sin rumbo alguno… ¿Qué
ocurría?
Un
silencio sepulcral se apoderó de repente de todos y cada uno de los barrios de
la ciudad. De las letras en el cielo comenzaron a surgir una especie de
perdigones negros que recorrían los cielos en todas direcciones, dejando tras
de sí un haz de fuego. La Plaza Mayor comenzó a temblar… La estatua de Felipe
III se derrumbó y en su lugar nació un arcoíris cuyo fin residía en la Casa de
Campo. Volvió la lluvia, y la luz y el color del arcoíris se intensificaron.
Ahora era más puro y natural que nunca, la Naturaleza en su punto más álgido.
“Bienvenido sea el que viene en nombre del Señor…”. De todos los rincones de la
ciudad aparecieron grupos de personas con máscaras y túnicas negras. Todos
ellos se dirigían a la Plaza Mayor y, de ahí, su camino tornaría hacia el
oeste, hacia el final del arcoíris.
En apenas
una hora, Madrid se había quedado vacío y sólo aquellas personas ataviadas con
túnicas negras caminaban a través de unas calles que se habían quedado vacías
y, a la vez, repletas de recuerdos, amores, llantos, melancolías y
oportunidades de vivir una vida mejor. Pero ya era tarde…
Casa de Campo (Madrid), 2016
Despertó
entre jadeos y se palpó el sudor del cuerpo. Había sido el sueño más horroroso
de su vida. Se acostumbró a la oscuridad y miró al horizonte… No había sido un
sueño. Madrid era sólo un nido de recuerdos, un cuento de invierno.
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