León, el rugir de la Edad Media

Desde el primer momento en el que cruzas la calle y pones un pie en el “barrio gótico”, te inunda una apacible sensación que te transporta al pasado, que te incita a escuchar el trasiego de las calles angostas medievales, el repicar de los martillos, las voces de comerciantes y artesanos, la oscuridad de las calles que se dirigen hacia el Barrio Húmedo y sus pequeños soportales, tramos de escaleras de aspecto antiguo, las casas que respiran historia…

Pero por encima de todo ello está la catedral, ese edifico imponente que te obliga a dirigir la vista hacia el cielo y a sentirte inmensamente pequeño. Miras una, dos, tres veces, las que hagan falta, siempre encontrarás algo nuevo que observar en ella. El pórtico inundado de esculturas, el rosetón, las torres acabadas en punta, los pináculos y arbotantes, la fachada, ya desde el primer momento en el que cruzas la mirada te embarga la emoción, la curiosidad, la fascinación que produce por ver la colosal construcción. “Parece tocar el cielo”, es lo primero que pensé según la vi. Es gracias a este tipo de monumentos cuando uno se da cuenta de lo mucho que se tenía en cuenta a Dios en el pasado, algo que ahora ha ido desapareciendo, aunque eso es algo en lo que no me meto. La catedral es, por excelencia, el emblema de León, la pulchra leonina de la ciudad, el símbolo del paso del tiempo.

Una vez dentro, comprendes el por qué la catedral ha llegado a ser lo que es. Un complicado entramado de arcos, bóvedas, columnas y muros soportan todo el peso del edificio. Mientras observas la bóveda de crucería, se hace presente la magia de los rayos de luz atravesando las cristaleras policromadas. Entran también en escena los pasos lentos que resuenan por todo el interior de la catedral, transportándote a una época pasada, cada piedra, cada escultura, cada pintura o cada capilla te recuerdan a que, antes que tú, esos espacios fueron visitados por miles, tal vez millones de personas, y quizás ellos también sintieron lo mismo que tú.

Recorrer las tres naves, cruzar el transepto, rodear la girola y acabar con dolor de cuello porque no puedes dejar de mirar hacia arriba, cada movimiento que haces en el interior del edificio tiene una consecuencia, más personal que “de seguridad”. Es el sentirte diminuto otra vez, notar cómo la luz solar te acaricia la piel a través de las ventanas, el juego de luces y colores que se da en el interior cuando el sol se aposta en lo más alto e ilumina la catedral con todo su esplendor.

Visitar León es visitar pasado, visitar historia, sonreír cuando ves las puntas de las torres de la catedral desde la Plaza Mayor, es sonreír cuando te pierdes buscando el río, es sentir cada fotografía, cada imagen congelada en la retina, León es el rugir de la Edad Media, León es… León.




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