Dies Animae

“Las arrugas de la piel son ese algo indescriptible que procede del alma” (Simone de Beauvoir)

31 de octubre de 2016, Mercado de la Cebada, La Latina (Madrid)

Llovía. Aquella noche las nubes se habían puesto sus mejores galas para asistir a la cita que estaba a punto de celebrarse en el Mercado de la Cebada. A Diego siempre le había llamado poderosamente la atención aquel recinto. Durante el día, los vecinos y las vecinas de Madrid se reunían para jugar, charlar, disfrutar… Sin embargo, durante las lluviosas noches de otoño y las frías de invierno, el rumor se convertía en realidad.

Según la leyenda, hace muchos años, en la víspera del Día de los Difuntos, tuvo lugar en el terreno donde ahora se levanta el mercado un aquelarre en el que una decena de mujeres inocentes fueron quemadas acusadas de ser brujas. Aquella noche, el pueblo bramaba contra esas diez mujeres que, ataviadas con túnicas negras y ocultas bajo una máscara fabricada con cortezas de árboles malditos, se colaron en la cercana Basílica de San Francisco el Grande con la intención de robar una caja que contenía los elementos más puros de la naturaleza. Cuando las autoridades las detuvieron, las diez brujas no protestaron. Al contrario, fueron ellas quienes se ofrecieron voluntarias para marchar solemnemente hacia la hoguera a sabiendas del aciago destino que les aguardaba.

Mientras eran atadas y colocadas en cruces para que todas las personas allí presentes pudiesen presenciar la quema, una de ellas, La Suprema, se alzó sobre las demás. Ante la atónita mirada de los testigos, La Suprema pronunció:

_ ¡Vuestro fuego jamás borrará vuestra ignorancia! ¡Vuestra ira no ensordecerá al conocimiento! ¡Vuestra conciencia no podrá ocultarse entre las páginas de las sagradas escrituras! ¡Lamentaos infieles pues el Día de las Almas ha llegado a esta ciudad! ¡Benedictus qui venit in nomine Domini!

Acto seguido, como si no hubiese ocurrido nada, regresó a su cárcel junto a la cruz, dispuesta a que la atasen y la amordazasen. Lejos de amilanarse, la agitada muchedumbre comenzó a soltar improperios y arrojar los objetos más cercanos. Los curas encargados de la ejecución pedían calma. Sólo ellos tenían la legitimidad necesaria para llevar a cabo juicios justos. O al menos eso creían…

Cuando la furia de la turba se quedó atrapada entre las paredes de sus gargantas, los curas quemaron al unísono a las diez brujas. A medida que las llamas ascendían por las cruces y se aproximaban a los cuerpos de las brujas, éstas reían cada vez más alto. El fuego apenas las rozó. De repente, las brujas comenzaron a arrojar desde lo alto de las cruces toda serie de objetos malditos que solían utilizar en sus rituales. Patas de conejo, estrellas de cinco puntas talladas en madera, hierbas medicinales, cuernos de cabrones, pociones en tarros que, al estrellarse contra el suelo, producían pequeñas explosiones…

La muchedumbre allí reunida comenzó entonces a huir. El caos ocasionado por las brujas había conmocionado a todos los asistentes. Las brujas lo aprovecharon para deshacerse de sus ataduras y dejar que las cruces destinadas a asesinarlas, cayesen e impactasen de lleno contra los curas que se encontraban justo debajo. Paradojas… Las diez alzaron el vuelo y se perdieron en la espesura de la noche mientras el caos reinaba en la calle.

Diego y Andrea estaban solos en medio del mercado. La lluvia no les molestaba. Al fin y al cabo, ambos eran miembros de la OSM y eran tan puros como la lluvia en sí misma.

_ Diego, ven aquí_ le dijo Andrea, que se había separado unos metros._ ¿Ves esto?_ Andrea tenía entre sus manos unas astillas.

_ Sí, y ten cuidado Andrea_ dijo Diego riéndose,_ ¡si se te clava una vas a flipar!_ Andrea le devolvió la sonrisa. Sin embargo, recompuso la postura inmediatamente.

_ Diego, quiero que cierres los ojos y te concentres en escuchar aquello que viene de tu interior_ el chico no protestó y lo hizo. Cerró los ojos y dejó la mente en blanco._ ¿Lo oyes?

Diego ya no escuchaba la lluvia, ni la voz de Andrea… Sólo escuchaba unas voces lejanas y las llamas crispar en su silencio. Su alma le estaba hablando y tenía voz de mujer. Se escuchaba cada vez más fuerte y se hacía aún más poderosa. “¡Diego ven a mí! ¡Diego despierta al mundo de su ignorancia! ¡Diego sólo tú eres capaz de continuar con nuestro legado!” De entre las voces aparecieron diez mujeres vestidas con túnicas negras y máscaras de madera… Fuego, cruces, una muchedumbre alarmada y, después, oscuridad.

Diego abrió los ojos. Frente a él tenía unas palabras escritas en rojo sangre: “Salve Insomnia”…

_ Andrea, vayámonos_ ambos se sonrieron y se marcharon mientras los espíritus de las inocentes vagaban tranquilamente por un recinto que, a la mañana siguiente, volvería a estar repleto de gente.

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