Dormir (El Jardín de los Sueños)
“La
humanidad también necesita soñadores, para quienes el desarrollo de una tarea
sea tan cautivante que les resulte imposible dedicar su atención a su propio
beneficio” (Marie Curie)
Calle de Carlos Arniches, El Rastro,
La Latina (Madrid)
La calle estaba abarrotada. La gente
observaba, se fascinaba con la antigüedad de los objetos que se ofrecían al
público. Mientras, vendedores y vendedoras elevaban la voz por encima de la de
los transeúntes para hacerse oír y poder vender su mercancía. Aquello, se dijo
Diego, debía ser la esencia pura del Madrid más castizo, el famoso Rastro.
_ ¿Por qué hemos venido aquí, Diego?_
inquirió Andrea.
_ No lo sé, pero algo me dice que
tenemos que venir aquí. Eso, y que siempre quise visitar esta zona de Madrid_
miró a Andrea y ambos se sonrieron.
Tras la muerte de La Bruja, ambos
habían ido gestando una gran amistad. La nostalgia no tenía cabida en sus
conversaciones. El olvido era su mejor medicina, además de alguna que otra
cerveza. Tanto Diego como Andrea parecían haberse liberado de unas cadenas que
les ataban a lo estrictamente impuesto por la sociedad que les rodeaba. Sin
embargo, en sus largas conversaciones, las conclusiones eran siempre diferentes
según los derroteros que tomasen sus palabras.
Paseaban por la calle de Carlos
Arniches. Las tiendas de libros antiguos eran un preciado tesoro para sus ojos.
El olor a cuero de las tapas, el papel comido por el tiempo emanando sabiduría
e imaginación, las estanterías a rebosar de historias… Todo aquello era
perfecto. Diego miraba con ilusión a uno y otro lado de la calle. No quería
perderse ningún detalle. Hasta que… Se giró y le dio una palmada a Andrea en el
brazo.
_ Mira. En esa tienda_ dijo, mientras
señalaba con el dedo índice un pequeño establecimiento prácticamente oculto
entre una tienda de alimentación y otra de cómics.
Andrea agudizó la vista, se colocó la
mano en la frente a modo de visera y, tras unos segundos mirando en la
dirección que le señalaba Diego, respondió.
_ ¡Ah! Sí… No, no veo nada.
_ ¡Mira fijamente! Aquel anciano de la
tienda, está leyendo el mismo libro que trajo La Bruja consigo cuando estuvimos
en El Retiro.
Andrea no contestó. Se volvieron a
mirar y aceleraron el paso para no perder ni un segundo más. Se apresuraron a
ponerse delante del viejo que leía el libro. Nada ni nadie debía distraerles…
_ Diego… Llevaba tiempo esperándote_
la voz del viejo era profunda. Las palabras brotaban de su boca con mucha
fluidez. De pelo canoso y escaso, sus ojos negros penetraban con determinación
la mirada de Diego._ Ven_ añadió mientras cerraba el libro y le hacía un ademán
con la mano indicándole que entrase a la tienda.
Ni Diego ni Andrea se atrevieron a reprocharle.
Diego siguió al anciano, que, una vez habían entrado en su tienda, cerró la
puerta. La estancia se quedó oscura y en penumbra. Ahí dentro olía a viejo. El anciano
encendió dos velas y las puso sobre una mesa. Con alguna dificultad asió dos
sillas y las puso alrededor de la mesa, ofreciendo asiento a Diego. Dubitativo,
el chico se sentó e, inmediatamente después, el anciano.
_ No tengo mucho tiempo, chico. Me
alegra saber que tu intuición te ha hecho venir hasta mí_ ante el silencio de
Diego, el anciano continuó hablando._ ¿La Bruja te dio instrucciones sobre lo
que debías hacer, verdad?_ Diego afirmó con la cabeza._ Bien, bien. Todo va
según lo establecido. Has de saber que tu presencia aquí no es casualidad, todo
lo que te ha ocurrido ha sido provocado por una sucesión de hechos cuyo destino
era que acabases aquí, en Madrid. La OSM te necesitaba. Estas marcado desde el
primer momento en el que respiraste el aire de este mundo.
“Cuando estuviste en El Retiro, La
Bruja trajo algo con ella, ¿verdad? Es este libro, Diego, y has de cuidarlo
como si se tratase de tu propia vida. Muy pocas personas han tenido la
oportunidad de unir en un solo ser lo peor y lo mejor de la raza humana. En
este Guernica se recogen todas y cada
una de las guerras iniciadas por el ser humano. Guárdalo bien y regresa al
punto de partida. Una vez allí, entiérralo.”
Diego permanecía atónito. Hasta ese
momento, su intuición no le había fallado, pero con las instrucciones que le
acababa de dar aquel anciano, se sentía vulnerable, inútil… El anciano le
miraba fijamente con sus ojos negros. En ellos se apreciaba un entusiasmo
latente ante la presencia de Diego en la estancia.
_ Lo haré, señor. Se lo prometo.
Mantendré la integridad de la OSM aunque me cueste la vida_ el anciano sonrió y
dejó ver una dentadura roída por los años.
_ No te separes de Andrea_ le dio el
libro y se levantó de la silla._ Diego, lo estás haciendo muy bien. El final de
tu aventura está cerca, pero para ello, has de regresar. Me marcho a dormir.
Hace tiempo que quise hacerlo y no pude porque la conciencia no me dejaba.
Recuerda esto, Diego, el mundo necesita de soñadores y soñadoras eternas… Sin
esa gente, jamás tendríamos un horizonte que saludar y despedir.
Sonaba una radio. Can’t help falling in love de Elvis Presley… La estancia se había quedado a oscuras, al igual que la mente de Diego. ¿De qué final le estaba hablando?
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