Recuerdos en el espejo
Sentado en el sillón, con una copa de whisky en la mano y un cigarro
en la otra, sintiendo cómo el tiempo maltrataba cada pliegue de su ya marchita
piel, observó detenidamente en la ventana de la nostalgia el surco que dejaba
el lento recorrido de una gota de lluvia durante aquella tarde gris. En un
momento de lucidez, su mente regresó a su adolescencia, a un pueblo perdido en
medio de ningún lugar…
“Todavía me acuerdo de lo
impaciente que estaba mientras mi padre conducía por aquella maldita carretera
llena de curvas. Ni siquiera podía observar el paisaje. Era de noche y la
iluminación de los faros apenas dejaba ver unos palmos de suelo. Miraba hacia
arriba, hacia el cielo negro. Parecíamos no avanzar. En la parte de atrás, mi
madre, mi tía y mi hermano conversaban ajenos a todo. ¡Joder, quería escaparme
de ahí! El cinturón me apretaba el pecho y me provocaba ansiedad. ¡Ajá! Ya veo
el cartel… Ya llegamos. “Déjame en la plaza”, le supliqué a mi padre. No quería
retrasarme más. Ante mi asombro y tal y como le había pedido, mi padre me llevó
hasta la plaza. Por fin… Me bajé y saludé a la gente que allí había. Entonces
la vi. Y mis ojos despertaron de un amargo sueño que llevaba tiempo
machacándome el alma. Mi cabeza giraba en torno a un pensamiento que, poco a
poco, fue diluyéndose en un torbellino de pesadilla. Aquella imagen me ancló de
inmediato al presente…
Nos saludamos. Nos presentamos y no
podía dejar de mirarla. Solté una especie de broma graciosa con la que quise
integrarme. “Cállate, paleto”, me decía a mí mismo. Cuando ya estuvimos todos,
decidimos ir hacia la parte de arriba, allí donde el aire era más fresco y las
estrellas desnudaban sus almas al son de las risas de un grupo de jóvenes. Y
así, entre conversación y conversación, acabé apoyando mi cabeza sobre su
tripa. Entonces supe que aquello era el comienzo de una conexión enigmática,
mágica, mística. Una conexión en paralelo, de imanes que se repelen y se
atraen. Una conexión química, mental, emocional… Una conexión. No me quería ir.
Maldecía al tiempo por pasar tan rápido. ¡Joder! ¿Por qué ahora? No me quiero
ir. Me quiero quedar aquí, observando el cielo recostado sobre su piel… Cerré
los ojos y soñé despierto. Aquello era como vivir el mejor día en la vida de la
felicidad. Era un caluroso verano de hace ya un tiempo, pero a mí me pareció
que aquel momento duraría toda una eternidad…
Volvió en sí. Su cuerpo tuvo un pequeño escalofrío. Se recostó en
el sillón, apuró su whisky y apagó el cigarro. Suspiró con la vista puesta en
el techo de aquella mugrosa vivienda. Se imaginó que regresaba a aquel día y en
lugar de pintura mohosa, veía estrellas. En lugar de apoyarse sobre el cabecero
del sillón, volvía a estar sobre ella. Volvía a escuchar su voz, a observar su
tibia y penetrante mirada, su risa, volvía a acariciar su pelo mientras jugueteaba
con los recuerdos que se agolpaban en la ventana… En aquella especie de espejo
de los recuerdos.
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