La Pasionaria


Sierra de Guadarrama, Madrid (1939)

Columnas de milicianos que aun resistían a la ya inevitable invasión franquista de uno de los últimos reductos de la República observaban el cielo con la mirada perdida. El hollín de las armas y la tierra mojada cubrían de suciedad los ropajes de los soldados. En sus oídos todavía resonaban los fuertes silbidos de las balas que atravesaban el cielo de la sierra madrileña, otrora reducto de paz y armonía. España se había partido definitivamente en dos y el bando republicano perdía territorio y fuerza a cada día que pasaba. Sin embargo, aquellos pocos cientos de mujeres y hombres que descansaban bajo la sombra de los árboles de la sierra habían pronunciado un juramento en el que prometieron no rendirse.

Limpiaban su piel en un arroyo cercano a la vez que intentaban cicatrizar las peores heridas que deja una guerra, aquellas que atacan directamente al alma de una persona. Las imágenes de amigos y familiares asesinados ante sus propios ojos se habían sucedido a lo largo de tres largos años. Por su memoria y su dignidad, continuarían peleando a los sublevados. El ambiente olía a derrota aunque aquello no frenaba el ímpetu competitivo de unas personas que exhalarían su último aliento defendiendo los valores de la República.

Uno de ellos comenzó a tocar las cuerdas de una vieja guitarra que llevaba siempre con él. Aquellas bellas notas musicales disimularon, durante unos minutos, la desidia en la que se habían instalado. Entonces, una de las combatientes, familiar de Carmen, una de las Trece Rosas, comenzó a recitar las primeras palabras que el 19 de julio de 1936 pronunció Dolores Ibárruri, conocida como La Pasionaria, en el Ministerio de la Gobernación.

_ “¡Obreros! ¡Campesinos! ¡Antifascistas! ¡Españoles patriotas!... Frente a la sublevación militar fascista ¡todos en pie, a defender la República, a defender las libertades populares y las conquistas democráticas del pueblo!”

Inmediatamente, el resto de soldados se unieron a ella, alzando el puño izquierdo al cielo y viendo cómo el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, proyectando sobre los milicianos una luz que mezclaba el rojo y el naranja.

_ “A través de las notas del gobierno y del Frente Popular, el pueblo conoce la gravedad del momento actual. En Marruecos y en Canarias luchan los trabajadores, unidos a las fuerzas leales a la República, contra los militares y fascistas sublevados.

Al grito de ¡el fascismo no pasará, no pasarán los verdugos de octubre!... los obreros y campesinos de distintas provincias de España se incorporan a la lucha contra los enemigos de la República alzados en armas. Los comunistas, los socialistas y anarquistas, los republicanos demócratas, los soldados y las fuerzas fieles a la República han infligido las primeras derrotas a los facciosos, que arrastran por el fango de la traición el honor militar de que tantas veces han alardeado.

Todo el país vibra de indignación ante esos desalmados que quieren hundir la España democrática y popular en un infierno de terror y de muerte”.

Una vez terminaron, entonaron el Ay Carmela y, llenos de valor, cogieron sus armas y se dirigieron al camino más cercano. La muerte les esperaba. Franco había vencido y aquello cambiaría para siempre el rumbo de la Historia que la República había establecido para España. Caminaban en silencio, atentos a cualquier ruido o movimiento que pudiese indicar la presencia de tropas enemigas a su alrededor.

La mujer que comenzó a pronunciar el discurso de La Pasionaria se quedó rezagada. Sacó un viejo y ajado pañuelo de sus botas y lo ocultó bajo la corteza de un roble cercano. En el pañuelo había bordadas y unas iniciales: M. B. A. Con la esperanza de que algún día fuese encontrado, la mujer cargó su arma a la espalda y se unió a los últimos soldados de la escasa resistencia republicana.

Ocultos bajo unos arbustos y parapetados en una colina cercana a la carretera principal, escucharon los motores de unos cuantos vehículos. A medida que se aproximaban, los republicanos fueron ocupando el asfalto, cargando sus armas y dispuestos a hacer frente al fascismo una última vez. Tiros, polvo, gritos… Silencio…

A lo lejos, Nuria y Lucía observaban la escena. Ataviadas con sus respectivas túnicas, protegieron con hechizos antiguos el árbol en el que la mujer había depositado su pañuelo. Lloraban, impotentes al saberse incapaces de evitar el devenir de los acontecimientos. Sufrían y sentían cada balazo como suyo, cada grito de muerte, cada estertor, cada herida y cada lamento. Allí estaban, dispuestas a trasladar a todas aquellas almas indefensas hacia su nuevo hogar, donde encontrarían paz eterna.

Sierra de Guadarrama, Madrid (2019)

Una pareja caminaba alegre a través de la sinuosa carretera que cruzaba el bosque. Sus voces fueron apagándose a medida que avanzaban. No lograron encontrarle una explicación lógica a aquello pero, al doblar una curva, supieron finalmente qué era lo que estaba ocurriendo. A lo lejos vislumbraron un viejo roble que había sobrevivido a la mano del hombre. Al lado del árbol se apoyaba una vieja sombra que tocaba una guitarra y pronunciaba entre susurros el mismo discurso de hacía 83 años.

La Pasionaria había regresado gracias a dos mujeres de gran corazón…

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