Alma de poeta
Barrio del Albaicín, Granada (1940)
Lucía y Nuria continuaban con su tarea de transportar a todas las
almas inocentes asesinadas por la dictadura hacia Serendipia, un lugar perdido
en la nada fundado hacía cientos de años por una familia de igual apellido. Ambas
observaban la majestuosidad del Palacio de la Alhambra, cuyo color anaranjado se
acentuaba cuando los últimos rayos del sol del atardecer indician sobre sus
fachadas, muros y torres. Aquel monumento, símbolo de la resistencia musulmana
frente al avance de las tropas cristianas de Isabel y Fernando, despertaba en
Nuria y Lucía emociones indescriptibles. Sólo cuando los últimos gritos de
libertad emanaron de las gargantas de los republicanos, La Alhambra dejó de
lucir sus mejores galas.
_ Nació en la provincia de Granada un verdadero poeta, fusilado
por su ideología y su condición sexual. Federico García Lorca ha dejado, ya
para la eternidad, las semillas de futuras primaveras que florecerán con más
fuerza, belleza y esplendor_ dijo Lucía.
_ Suya es la poesía de esta ciudad y de la mismísima Nueva York,
amiga. Un represaliado más que, gracias a sus versos, supo transformar en
canción las penas que, poco a poco, han ido conquistando los corazones de la
República. La única vez que le vi estaba escribiendo, sentado en un banco de la
Plaza de la Victoria. Me sonrió al verme y me pidió amablemente un cigarro que,
afortunadamente, pude darle. Al levantar la mirada del papel, pude sentir cómo
sus ojos me transportaron más
allá de Sierra Nevada. Él mismo sabía y sentía que era un blanco fácil, pero
las numerosas arrugas de su piel me decían que no iba a rendirse tan
fácilmente. Me escudriñaba con la mirada, como si pudiese atravesar mi piel y
olerme el alma_ Nuria miró al horizonte, suspirando y pensando en los días
venideros.
Una ligera brisa meció tenuemente los pequeños cipreses que adornaban
la calle. Aquel barrio, testigo de miles de historia, fue el elegido por Lucía
y Nuria para descansar, reponer fuerzas y, finalmente, continuar con su camino.
Habían depositado toda su fe en que aquello fuese a acabar pronto pero sus
esperanzas se habían ido desvaneciendo con el transcurrir de los días.
El horror, la represión y la muerte comenzaban a dibujar un paisaje
cuyo lienzo, la propia España, se diluía lenta pero inexorablemente en una
tempestad inevitable. Lucía y Nuria se observaban en silencio, sabedoras de que
el amor que profesaban la una por la otra era imposible, pues su unión,
entendida como un matrimonio concertado entre Dios y La Muerte, supondría el
fin de los días. A pesar de ello, allí estaban, ruborizando a una Alhambra que,
ajena a todo, comenzó a desdibujarse en la oscuridad de la noche que venía.
_ Hierbas y metales, amiga mía_ Lucía rompió así un silencio que
empezaba a ser incómodo. Ante la cara de curiosidad de su amiga, Lucía explicó
lo que quería decir aquello._ Ambos elementos eran entendidos en la obra de
Lorca como símbolos de la muerte. Tú y yo sabemos, desde el primer momento en
el que firmamos este contrato que, una vez acabemos la tarea, marcharemos para
siempre cruzando la laguna Estigia. Soy aficionada a la obra de Federico aunque
lo único que no soporto es, sin duda, su amor por la tauromaquia.
Rieron. Intentaban disimular que ya nada volvería a ser como antes. Su
viaje junto a las Trece Rosas, quienes relataron todos y cada uno de los
horrores vividos en la cárcel de Las Ventas, en Madrid, había transformado
drásticamente la imagen del futuro con el que Nuria y Lucía soñaban. Su futuro
murió con esos relatos, se encerró en un cajón con llave para cambiarse de
ropa, vestirse de negro y salir cuando todo aquello hubiera acabado. Lucía
comenzó entonces a dibujar en el cielo unas letras que, aunque inconexas al
principio, acabaron formando uno de los versos más bonitos que jamás se han
escrito. Con un movimiento de brazo, en el oscuro y claro cielo granadino
quedaron escritas unas palabras que, años más tarde, había de encontrar un
viajero perdido en el tiempo.
“El cielo es de ceniza.
Los árboles son blancos,
y son negros carbones
los rastrojos quemados.
Tiene sangre reseca
la herida del Ocaso,
y el papel incoloro
del monte está arrugado”
_ En memoria de Lorca, cuyo cuerpo fue llevado a una tierra sin nombre
y abandonado a su suerte, impidiendo que su alma de poeta encontrase el lugar
que merecía entre los rincones de los mejores círculos literarios_ recitó
Lucía.
Se cogieron del brazo y comenzaron a caminar rumbo a ningún lugar,
esperando a que la llamada de la muerte tocase a su puerta.
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