Silencio (El día que Madrid tembló, Parte III)
18 de agosto de 2017, Las Ramblas
(Barcelona)
Anna deambulaba sin rumbo a través de la silenciosa avenida. En su
cabeza todavía resonaban los gritos de la gente huyendo de un grupo de
terroristas que, unas pocas horas antes, habían sembrado el terror y el pánico
en pleno centro de la Ciudad Condal. Intentaba ahogar las penas en la botella
de vino barato que compró en la tienda de la esquina. Su hermano había sido
asesinado, atropellado por aquella furgoneta que venía del infierno.
Sumida en una soledad absoluta, Anna se percató de que un banco,
adornado con ramos de flores negras, había sentada una persona llamada Nuria. Vestía con una capa
negra y apoyaba una especie de guadaña sobre su hombro. Entonces, aquella
misteriosa figura empezó a recitar unas palabras que provenían del también
malogrado pueblo madrileño y de cómo ambas ciudades debían regirse, en aquellos
oscuros momentos, por lo principios de fraternidad, solidaridad y empatía. Anna
escuchó, en silencio.
“En una época en donde el tiempo
parece derretirse en las agujas de unos relojes que se detuvieron aquella fría
mañana de marzo de 2004, los recuerdos son el arma más poderosa para evitar que
caiga en el olvido la memoria de las 193 víctimas que exhalaron su último
aliento en medio de una nube de polvo, oscuridad y horror.
En una época en donde la ciudad de
Madrid ha visto diluida su sonrisa entre conspiraciones, informaciones falsas y
una pizca de melancolía, las palabras están actuando a modo de recordatorio en
la inmensidad de la eternidad.
En un tiempo en el que la guerra de
los poderosos es el dolor de los pueblos, que ven cómo la felicidad, la alegría
y la fraternidad han sucumbido al poder del dinero, banderas e himnos falsos y
vacíos de sentimiento, la humanidad ha demostrado que en el sótano de su
decadencia siempre hay un escalón más.
En un tiempo en el que mantos de odio
y codicia han ocultado con su tenebrosidad los últimos rayos de sol que
conducían a la mirada de la persona amada, el mal ha arropado bajo sus sábanas
las más bellas aptitudes del ser humano.
Mientras la maldad pudre lágrimas
derramadas de familias y amistades que ya no pueden besarse y abrazarse más,
los gobernantes han decidido hace tiempo que su camino no es el del resto.
Mientras sumimos al conjunto del planeta en la más absoluta pobreza y
decadencia, nuestras manos han optado por separarse al ver cómo un negro futuro
se cierne sobre nosotros.
Mientras el ser humano compite por
reservas de petróleo, quema bosques y seca ríos y lagos, la contaminación hace
estornudar al viento, que siente que sus resfriados son cada vez más largos.
Mientras el ser humano hace la guerra, matando la piel del planeta, cantos
apocalípticos penetran en nuestras vidas orquestando la mayor de las
extinciones.
La desazón en la que hemos decidido
dormir y despertar es el fiel reflejo de lo que el ser humano es capaz de hacer
por la religión, el dinero y los recursos naturales. Aquel 11 de marzo de 2004,
un conjunto de 193 personas perdieron la vida por culpa de los intereses de
unos pocos. Los árboles del Retiro silbaron melodías de recuerdo y memoria.
Vuestro silencio es nuestra voz. Quince años después, vuestras almas inmortales
siguen entre nosotros, paseando, conversando y riendo.
La decepción corre por mis venas cada
vez que se aproxima esta horrorosa fecha. Los ojos que ya no volverán a
mirarnos, los labios que ya no volverán a besarnos, los abrazos que no
disfrutaremos y las confidencias que no volverán, están guardadas bajo llave en
cada uno de los hogares de Madrid. La muerte, esa fiel compañera desde que
nacemos, no hallará su destino en la ciudad de Madrid.
La Luna, las estrellas fugaces y el
mar cantan por vuestra memoria. No existen fronteras para vuestra dignidad y
para la satisfacción que provocáis al recordaros. Vuestras siluetas se tornan
más nítidas y visibles en cada 11 de marzo. No os olvidamos ni perdonamos a los
culpables.
Seguimos teniendo miedo, pero las
ganas de seguir adelante se hacen fuertes cada vez que la desconfianza tira de
nosotros hacia atrás. Los compases de vuestras respiraciones guían los pasos de
nuestra patria. Vosotros, como cientos de miles de personas abocadas a vivir
bajo el terror, no merecíais morir.
En la partida de ajedrez que Dios y el
Diablo juegan a costa de manejar nuestras emociones y sentimientos, los peones
sacrificados fuisteis vosotros. Os prometemos que nada nos hará olvidaros.
El cielo de Madrid ha llorado lluvia
enferma de soledad y nostalgia sobre las vías del tren, tumbas y ataúdes de
inocentes. Madrid tembló aquel día como nunca antes lo había hecho. Madrid
sigue vuestros pasos de forma firme y con orgullo de haberos tenido como
hermanos.
El terremoto de solidaridad todavía
permanece hoy en nuestras retinas. El silencio del mal sigue presente en los
andenes y vagones afectados, pero hemos decidido dejar que se quede como
homenaje a vosotros. Todavía hoy se puede otear a través de los ventanales a
las gentes acudiendo en ayuda de los heridos a primera hora de la mañana.
Todavía hoy las sábanas y almohadas relatan el orgullo que sintieron al ver
semejante acto de altruismo.
Todavía hoy, 13 años después, un
escalofrío recorre mi cuerpo y hace brotar lágrimas por cada poro de mi piel.
Todavía hoy, el silencio de Atocha, El Pozo, Santa Eugenia y Téllez inunda de
armonía y amor el ambiente de una ciudad que sigue observando el rocío de cada
mañana pintando en su transparencia vuestros rostros perdidos en el firmamento.
Todavía hoy, 13 años después del día
en el que Madrid tembló, el silencio es más pacífico que nunca…
Las 16 víctimas que perdieron la vida en las ciudades hermanas de
Barcelona y Cambrils son, desde hace ya tres años, estrellas en el firmamento
de un universo eterno. Hoy, como aquel día, seguimos gritando “No tinc por”.
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