Respírame

Museo del Prado, Madrid (2019)

Miguel observaba apasionadamente el cuadro de Las Meninas de Velázquez. Siempre le había fascinado la pintura del Siglo de Oro y, cada vez que visitaba Madrid junto a su familia, se acercaba al museo para comerse con los ojos aquella obra. Para Miguel, un chico de diecisiete años con síndrome de Down, aquel cuadro significaba mucho más que una mera pintura. Cuando tenía la oportunidad de verlo, sus sentidos se relajaban hasta el punto de fundirse con un pasado que sentía más suyo que nunca. Su familia admiraba de él la capacidad de reflexión de una mente abrillantada por cada trazo del cuadro. Aseguraban que nunca en la vida le habían visto analizar tan detenidamente un objeto o una situación tanto como lo hacía con Las Meninas.

Para Miguel, aquel cuadro le abría las puertas de un mundo interior… Su mundo interior. Ríos de paz y armonía recorrían cada arteria, cada vena, cada vaso sanguíneo de su cuerpo. Tormentas de luz e imaginación ahogaban cada centímetro de su mente inquieta. Los rasgos de su rostro transformaban la compasión en amor, el abandono en libertad, el rechazo en un futuro prometedor. Un ligero cosquilleo corría a través de su columna vertebral en forma de flores en primavera, símbolo de que todo, aun pareciendo muerto, vive una vez más dentro del cuerpo. Miguel caminaba muchas veces solo en sus sueños, se agarraba las manos y se conocía a sí mismo, se imaginaba en Las Meninas, con cientos de personas mirándole fijamente y admirando su creación.

Cuando el resto de gente se aproximaba para ver el cuadro se asombraba al sentir el aura de tranquilidad que desprendía el alma de Miguel. El muchacho, ajeno a todas las miradas de pena que se posaban sobre él, transformaba todo aquello en ternura. Su cabeza viajaba a un mundo anterior en el que el protagonista de su historia viajaba acompañado de una misteriosa mujer vestida de blanco. En su piel crecían rosas y margaritas que le susurraban al oído: “Respírame”; y entonces, Miguel cerraba los ojos e inhalaba una intensa cantidad de aire. Sus pulmones se rejuvenecían y su felicidad aumentaba. Y siempre, siempre, enfrente del cuadro. De aquel misterioso cuadro…

Miguel observaba a Mari Barbola, con quien se sentía enormemente identificado. Era una enana acondroplásica cuyos rasgos faciales eran semejantes a los de Miguel, que se percató de ello una mañana al lavarse su cara de recién despertado. Tenía grabado a sangre y fuego el cuadro en su mente. Cada detalle, cada gesto, cada trazo o cada pincelada estaban fotocopiadas en sus párpados. Mientras su mente fantaseaba, una vez más, con el pasado, una mujer se le acercó y le puso la mano sobre el hombro.

_ Es bellísimo_ dijo. Miguel alzó la vista y asintió con la cabeza. Se giró y pudo darse cuenta de que ya no había nadie en la sala.

_ Siempre he querido ser pintor_ respondió mientras agachaba la cabeza. Sollozó ligeramente y se secó un atisbo de lágrima con el cuello de la camiseta.

_ ¿Por qué lloras?

_ Jamás me dieron la oportunidad de mostrar lo que valgo…_ Miguel comenzó entonces a llorar mientras buscaba desesperado un pañuelo en su bolsillo._ Desde que tengo memoria, mis seres queridos me han tratado con lástima y compasión. Me han hecho entender que mi lugar no es este y que soy incapaz de hacer algo por mí mismo. Me traen aquí porque saben que es la única manera de deshacerse de mí durante un tiempo.

_ Verás, Miguel_ el muchacho se asombró al escuchar su nombre._ Yo también fui una incomprendida en mi familia. Mi alma anhelaba abandonar las cuatro paredes de mi casa para poder echar a volar por la ventana. Mi padre y mi madre intentaron ensanchar y apuntalar los muros de lo que se acabó convirtiendo en una cárcel para mí. ¿Sabes lo que hice? Respiré fuerte, como los pétalos de las flores en primavera, y rompí los cristales de mi presente. Mi aliento se convirtió en nube para recorrer los mares celestes transformada en esperanza.

_ Yo también quiero respirar, quiero convertirme en nube_ replicó Miguel, en cuyo rostro se había dibujado una sonrisa.

_ Entonces, y si así lo deseas, quiero que observes una vez más, muy detenidamente, este cuadro_ señaló con el dedo hacia el óleo de Velázquez._ Mi querido Miguel, respírame, que todo mal que sufras será apagado con nuestra historia…

Miguel agudizó la vista y miró con detenimiento cada milímetro de la pintura. Era imposible que, después de tantos años, se le hubiese escapado algún detalle. De repente, su cuerpo entró en trance y, con una voz grave y serena muy diferente a la suya, comenzó a hablar.

_ “En nombre de todo el gobierno de la República española, saluda al pueblo una voz, la de su Presidente, rendida por la emoción e impulsada por el entusiasmo ante el espectáculo sin igual de una reacción casi imposible de imitar que esta nación ha dado al mundo resolviendo el problema de su revolución latente y cambio indispensable de su estructuración, en medio de un orden maravilloso y por voluntad y vía perfectamente legales… ¡Viva la República!”.

De fondo, los murmullos de la gente y una canción que había comenzado a sonar por todos y cada uno de los altavoces del museo: “Somos los hijos de los versos, de los poetas y los presos…”.

- Extracto del discurso del Presidente del Gobierno provisional de Niceto Alcalá-Zamora transmitido por Unión Radio el día 14 de abril de 1931

- Extracto de la canción Entre poetas y presos del grupo español La Raíz

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