Las Trece Rosas
Las Trece Rosas es el nombre colectivo dado a un grupo de trece jóvenes, la mitad de ellas miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), fusiladas por la dictadura de Francisco Franco en Madrid el 5 de agosto de 1939, cuatro meses después de finalizar la Guerra Civil Española. El 3 de agosto de 1939, la sentencia del fiscal del Consejo Permanente de Guerra encontró a las Trece Rosas como “responsables de un delito de adhesión a la rebelión”. Las edades de las víctimas fluctuaban entre los dieciocho y los veintinueve años.
Esta historia es en memoria de Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brisac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente.
Cementerio de la Almudena (Madrid), 6 de agosto de 1939
La Guerra Civil había sumido a Madrid bajo un manto de destrucción
y desolación. La penuria alcanzaba a ambos bandos, sin distinción ideológica y
sólo la burguesía y la Iglesia disfrutaban de los logros de la guerra
cosechados a base de ruina y miseria. El nuevo régimen instaurado por Franco
instauró un clima de flagrante represión.
Allí, frente a la tapia donde habían sido fusiladas trece jóvenes
en la madrugada del 5 de agosto, el silencio era sepulcral. Donde hacía unas
horas se escuchaban ladridos y barbaridades procedentes de las gargantas de los
franquistas, reinaba un aura espectral. En el cementerio todavía resonaba el eco de los fusiles mientras que los ríos
de una sangre aún reciente empapaban con su dignidad la tierra. Aquellas
mujeres eran, por fin, libres en un cielo totalmente distinto al que la Iglesia
Católica les dijo que debían idolatrar. Las voces de las trece mujeres cantaban
libertad, erigiéndose como un símbolo de resistencia para las generaciones
futuras. Vencieron, pero no convencieron.
De repente, surgió de entre las tumbas una figura vestida de blanco.
Tenía la piel negra, era alta, iba acompañada de un bastón y bebía de una
botella de ron. Carraspeó mirando fijamente las balas esparcidas por el suelo y
estas, como movidas por el viento, se elevaron y se convirtieron en ceniza. Al
instante, de la pequeña nube de humo que produjeron apareció otra figura de la
misma estatura, de tez blanquecina, ataviada con una capa negra y acompañada de
una guadaña. Ambas se observaron, escudriñando cada milímetro de sus cuerpos,
que parecían sacados de una viñeta satírica de cualquier periódico protestante
y clandestino. La que iba vestida de blanco ofreció el ron a su némesis y, tras
dar un trago, se sentaron frente a la tapia.
_ Putos malnacidos_ dijo Lucía, la figura de blanco.
_ Estuve presente_ añadió Nuria, vestida de negro._ No he asistido a
peor acontecimiento que este. Sin embargo, allí estaban esas trece mujeres,
demostrando arrojo y valentía. No se amilanaron ante los fusiles de esos
fascistas ni ante las proclamas de odio y violencia que soltaban para intentar
reafirmar su insignificante existencia y su nula masculinidad.
_ He hablado con ellas y están bien. Fueron a sus casas, a despedirse
de sus seres queridos. Les di salvoconducto antes de que sus almas se fundieran
con el silbar del viento.
Nuria esbozó una sonrisa. Dio otro trago al ron y devolvió la botella
a Lucía. Eran gemelas y, tras años separadas en distintas familias, habían
logrado reencontrarse para llevar a cabo la misión que les había encomendado la
Madre Naturaleza. Transportar a todos los inocentes asesinados en la guerra
hacia Serendipia, una tierra lejana donde reinaban la alegría, el amor y la
utopía más absoluta. Ambas procedían de una época lejana y, tras recibir un
aviso, llegaron a España en 1936 bajo la apariencia de Dios y La Muerte.
Habían acordado hablar con las Trece Rosas, firmando un contrato
indefinido que las hipotecaba para siempre a vivir en Serendipia. Ambas partes
quedaron sumamente satisfechas y tanto Lucía como Nuria se mostraron encantadas
de poder compartir residencia con aquel colectivo de mujeres que había
desafiado al régimen instaurado por el dictador de un solo testículo. En
aquella conversación entre Dios y La Muerte sólo faltaban ellas. Entonces, de
detrás de la tapia, comenzaron a aparecer las almas de las trece mujeres.
Vestían ropas nuevas, iban peinadas y algunas de ellas fumaban mientras
charlaban alegremente. Su andar era lento, altivo y dejaban tras de sí un olor
a esperanza. Se acercaron todas a Lucía y Nuria, disculpándose por la tardanza.
_ Estábamos escribiendo nuestro nombre en la historia_ dijo una de
ellas.
_ ¿Tenéis lo que os hemos pedido?_ pidió Lucía. Le entregaron un papel
en el que estaba redactada la sentencia que dictaba su fusilamiento y que
necesitaban quemar para poder entrar en Serendipia. Lucía leyó._ “Reunido el Consejo de Guerra Permanente
número 9 para ver y fallar la causa número 30.246, que por el procedimiento
sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados (…) responsables de
un delito de adhesión a la rebelión (…) Fallamos que debemos condenar y
condenamos a cada uno de los acusados (…) a la pena de muerte”.
Nuria prendió el papel, que desapareció para siempre entre las llamas,
eliminando así todo vestigio de las mentiras y las falacias que el franquismo
había contado a la opinión pública.
Las quince mujeres allí presentes comenzaron entonces a reír. Las
Trece Rosas ya estaban preparadas para iniciar su viaje. Detrás de ellas
dejaban un rastro de fuerza, valor y verdad. Su nombre jamás se borraría de la
historia y a ese mismo cementerio, 70 años después, acudiría el embajador de
Serendipia a rendirles homenaje, a elevar su voz y su honor a las esferas más
altas del cielo. Se disiparon con el viento y trece rosas rojas surgieron del
suelo, brillando por encima de aquel paisaje de dolor y desesperanza que se
había encargado de pintar la dictadura. Entre las flores, un escrito que
rezaba: “Que mi nombre no se borre de la
historia”.
Lucía y Nuria se levantaron. Ya estaban listas para, en los próximos
años, recordar la memoria de quienes combatieron al fascismo y lucharon por la
democracia y la República. Estaban preparadas para exigir justicia y democracia
ante los vientos de machismo, homofobia y racismo que soplarían sobre la España
del futuro, representados por un parásito con barba, una falsa arquitecta, un
estafador y un propagador de virus.
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