Lluvia morada


Calle de Lavapiés, Madrid (2019)

Miguel había ido a tomar un trago a uno de sus bares preferidos de Madrid. Una antigua taberna regentada por un amable anciano que había emigrado a España desde el lejano Bangladesh hacía 50 años. A menudo, Miguel y Kamal conversaban hasta altas horas de la noche sobre diversas costumbres de sus respectivas culturas, historia, política o el futuro de la humanidad. En aquella ocasión, tras contarle Miguel sus ya habituales trances, Kamal arqueó las cejas en señal de sorpresa, sirvió un par de cervezas y, con un tono de voz que apenas alcanzaba el susurro, compartió con Miguel una antigua leyenda que había sido contada generación tras generación hasta llegar a nuestros días.

_ De donde yo vengo y desde hace milenios circula una antigua leyenda que cuenta la historia de una incauta que, tras haber ingerido cantidades ingentes de alcohol, fue a dar con un antiguo dios de la mitología hindú, el cual la prometió que, cerca de donde se hallaban, existía una posada donde fabricaban una misteriosa bebida llamada “Lluvia morada”. El dios, audaz y carismático, convenció a la mujer para que le acompañase a aquel emblemático lugar donde, se decía, acudían las divinidades de todas las culturas del mundo a probar aquel famoso brebaje. Pletórica e impaciente por llevarse a la boca un trago de “Lluvia morada”, la mujer hizo caso omiso a las advertencias que el dios le contó en la entrada de la posada.

_ ¿Qué fue lo que le dijo?_ inquirió Miguel, ansioso.

_ Que todo mortal que se atreviese a entrar en una de las moradas de los dioses en La Tierra quedaría para siempre atado a la voluntad de aquel ser divino al que jurase fidelidad. La bebida obligaba a la persona que la probase a anclarse para siempre a los caprichos de los dioses, desde el más benévolo al más malvado. Por ello, ninguna persona sobria se había atrevido a adentrarse en la frondosa selva que protegía aquel lugar. Bancos de niebla ocultaban las numerosas lagunas que había alrededor de la posada. La vegetación era tan espesa que los viajeros extraviados acababan perdiendo la cordura, lo cual les llevaba al suicidio o, en el mejor de los casos, al peor de los manicomios. Sin embargo, aquella borracha logró llegar a la posada acompañada de un dios que sonreía irónicamente, sabedor de que acababa de trasladar a una nueva víctima.

«Una vez dentro de la posada, la borracha observó cómo los dioses, lejos de su aspecto divino, bebían, jugaban y fumaban una hierba mágica procedente de una tierra lejana que sólo ellos conocían. Bajo una apariencia totalmente humana, los dioses de todas las mitologías interactuaban, reían, conversaban y mantenían relaciones sexuales. A su vez, relataban historias en las que siempre eran ellos los protagonistas ya que el ser humano se había encargado de idealizarlos e incluso de matar por ellos. En sus recipientes corría la “Lluvia morada”, cuya receta era custodiada por dos gigantescos seres con aspecto de serpiente. La mujer se acercó a la barra y pidió una jarra de bebida. La camarera se la sirvió, no sin antes advertirle que una sola gota de ese brebaje la haría sumisa para siempre. Sedienta, la mujer vació la jarra de un solo trago y, tras secarse los labios con la manga de su desvencijada camisa, pidió otra. La camarera, asombrada, obedeció.

La aparente resistencia de aquella mortal sin escrúpulos comenzó a llamar la atención de los dioses presentes. Muchos de ellos dejaron de reír y se acercaban atónitos a observar cómo aquella mujer completamente ebria era capaz de desafiar la mismísima voluntad divina. La mayoría de ellos abogaron por enviarla a lo más profundo de la selva y que allí, la falta de agua y alimentos hiciera el resto. Sin embargo, una solitaria diosa, ataviada con una túnica de color morado, contemplaba la escena desde una esquina de la posada con suma tranquilidad. Fumaba y, a través de una cortina de humo que ella misma provocaba, comenzó a lanzar unas palabras al aire que llegaron a través de ese mismo humo hasta los oídos de la borracha»

_ “Ven, ignora toda palabra que no sea la que yo te murmuro y corre a mis brazos. Juntas, haremos que el mundo tiemble

«La mujer terminó su segunda jarra y acudió junto a la diosa que acababa de llamarla. Ignorando las voces y las peticiones sexuales de algunos de los dioses más promiscuos, tomó la mano de la diosa morada y ambas se desvanecieron en medio de una nube de polvo»

_ ¿Y qué ocurrió después?_ dijo Miguel, con los ojos totalmente abiertos.

_ Lo que sucedió después, Miguel, ya lo conoces. La mujer borracha y la Diosa Morada han esperado cientos de años, aguardando la ocasión perfecta para renacer y empapar de “Lluvia morada” los principios básicos de una ideología que, en mi humilde opinión, arrasará el mundo: el feminismo. La leyenda de la viajera perdida, la borracha, ha alentado a las mujeres a levantarse contra el sistema establecido. Su capacidad para resistir a las peticiones y los caprichos de aquellos dioses que la jaleaban y la incitaban a beber más y más ha impregnado de valor y libertad los corazones de millones de mujeres a lo largo del mundo.

«Esta es una historia que, allí en mi tierra, se ha contado para convencernos de que es posible luchar contra aquello que se cree indestructible. Es un símbolo de fuerza y valentía, una mujer a la cual creían vulnerable y demostró no serlo. Una mujer que hizo suya la “Lluvia morada”»

Miguel, atónito, terminó su cerveza. De repente, sus facciones comenzaron a cambiar una vez más. Impregnado de aquel espíritu, Miguel se transformó en Clara Campoamor, mujer que impulsó y logró el voto femenino durante la II República.

_ ¿Te ha gustado la “Lluvia morada”?_ dijo con una sonrisa burlona en el rostro.

Miguel, decidido a no volver a vivir lo que hacía unas horas había visto en la Plaza de Colón, le contestó con otra sonrisa y, bajo la apariencia de Campoamor, regresó al Museo del Prado, donde le esperaba una vieja conocida.

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